And I’ve got miles and miles to go,
before the falling of the snow,
and I’ll be leaving soon,
before the rising of the moon,
Etiqueta: fotografía
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Nobuhiro Nakanishi. La fotografía como representación paisajística del mundo.

Una de las problemáticas particulares cuando se intenta capturar un momento del mundo es que somos incapaces de procurar una visión objetiva de esta captura como tal. A raíz de ello cualquier intento de cristalizar una imagen del mundo deviene necesariamente en una serie de decisiones ‑particularmente ideológicas, pero pueden ser también sentimentales, biológicas o de cualquier otra clase (y si de aquí excluímos las artísticas es porque le suponemos la pretensión de arte en sí al acto de la fotografía); Paul Virilio mediante- lo cual produce que toda mirada esté cargado de las impuerezas propias de una subjetividad que ve el mundo como quiere verlo y no como es en sí. Toda mirada está mediada por la mente de aquel que mira y no sería posible que no lo estuviera. Es por ello que, aun cuando la fotografía tiene un carácter artístico evidente, y aun cuando se pueda pretender objetiva en alguna forma, no es menos subjetiva que cualquier otra conformación artístico-cultural que se vea mediada por la relación de nuestros sentidos con el mundo. En tanto hay elección de como representar la realidad, esta no es objetiva.
La representación de la realidad entonces se nos presenta como una rara avis incosgnoscible que no podemos aprehender porque, necesariamente, estaríamos siempre dando nuestra visión del mundo al respecto del mismo. No caigamos en trampas de la representación ‑lo siento mucho, Schopenhauer. El mundo existe objetivamente, pues podemos percibirlo en toda su poliédrica complejidad, pero al intentar cristalizarlo en una mirada específica que elimine su diferencia y su repetición, que convierte la imagen-mundo en imagen-del-mundo, entonces extraemos el mundo de sí para entregarlo al campo de la pura representación. La fotografía en tanto arte es la captura y eliminación de lo que hay de sustancialmente objetivo en la realidad como tal; en tanto se elimina lo que hay de vivo en el mundo, la objetividad se marcha con él.
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la base de la intencionalidad es la temporalidad

A la hora de abordar una pieza artística, aunque en realidad lo hagamos en todos los posibles planos existenciales, nos movemos en la clásica dicotomía moral bueno-malo, el “problema” es que así siempre pecamos de caer en la absoluta subjetividad; lo bueno y lo malo está en los ojos que lo miran. He ahí la mayor problemática a la hora de juzgar Insidious, de James Wan, que arrastra la lacra de ser juzgada en unos términos personales sin una teorización previa. Entonces, ¿qué deberíamos concluir antes de hablar de la película? Del tema predominante durante todo su metraje: la auto-consciencia.
Dividida en tres fragmentos émulos del terror clásico de los 80’s ‑casa encantada, investigación sobrenatural y viaje al otro lado- Wan nos propone un cambio brusco en tono en cada uno de ellos. La gravedad casi dramática del primer fragmento deja paso de un terror humorístico en la segunda con todos los descabellados personajes presentados para la ocasión para acabar en un último acto digno de la más demente EC Comics; el conjunto de su diversidad es, precisamente, el divagar en una evolución constante. Y he ahí la auto-consciencia de la película, no hay tránsitos gratuitos o sin razón alguna, todo es coherente en su propia conformación sólo que, como toda gran obra, sólo se comprende en tanto se ve en perspectiva de conjunto. El trabajo de Wan es consciente de lo que es, tendiendo desde el humor más idiota hasta momentos de auténtico pavor, pero siempre manteniendo un tono común, unificador, que sólo se ve en tanto unidad conformante en sí misma.