Etiqueta: fuerza de la naturaleza

  • mismo campo de juego, diferentes reglas

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    Según los exis­ten­cia­lis­ta to­do pro­yec­to se de­fi­ne por la gran rup­tu­ra que se su­po­ne al abrup­to fi­nal de la muer­te. Claro es­tá, esa po­si­ble vi­sión se que­bra­ría en tan­to exis­ten se­res que se es­ca­pan a las frías ga­rras de la muer­te, pu­dien­do dis­po­ner de la eter­ni­dad pa­ra con­se­guir sus ob­je­ti­vos. ¿Y qué ocu­rre cuan­do dos de es­tos en­tes cho­can? Un ejem­plo es­tá en Drácula vs. Apocalipsis.

    Cuando Vlad Tepes cae en la ba­ta­lla con­tra los ejér­ci­tos de Apocalipsis ju­ra ven­gan­za con­tra él, ven­gan­za que lle­ga­rá en su jus­ta me­di­da en el si­glo XIX ase­si­nan­do uno a uno a los miem­bros de su clan pa­ra obli­gar­le a sa­lir de su le­tar­go y en­fren­tar­se a él. Aun par­tien­do de una pre­mi­sa ex­ce­len­te el di­bu­jo de Clayton Henry si­gue sien­do tan en­de­ble co­mo de cos­tum­bre mien­tras el guión de Frank Tieri se mues­tra tan in­co­ne­xo y lleno de deus ex ma­chi­na co­mo el mis­mos con­cep­to de los per­so­na­jes es. Todo lo de­más es una con­se­cu­ción de ba­ta­llas inanes, una can­ti­dad bas­tan­te preo­cu­pan­te de in­cohe­ren­cias y una his­to­ria que nos in­ten­ta na­rrar­nos los por­me­no­res de la his­to­ria de Apocalipsis. Pero es en la cons­truc­ción de los per­so­na­jes don­de el có­mic ga­na a pe­sar de su sim­pli­ci­dad. Ante su in­mor­ta­li­dad am­bos per­so­na­jes no pue­den ‑ni de­ben, por otra parte- te­ner mo­ti­va­cio­nes hu­ma­nas por lo cual re­pre­sen­tan fuer­zas ope­ran­tes de con­cep­tos hu­ma­nos. Si Apocalipsis es la evo­lu­ción na­tu­ral per­so­ni­fi­ca­da en Vlad Tepes en­con­tra­mos ‑co­mo en el vam­pi­ro en general- al hom­bre que se re­ve­la con­tra la au­to­ri­dad mis­ma de Dios. Así la ba­ta­lla no se de­fi­ne en tér­mi­nos hu­ma­nos, pues es im­po­si­ble que nin­guno de los dos pier­da, sino en una me­ra co­li­sión de dos fuer­zas na­tu­ra­les inanes que ven co­mo sus mun­dos se so­la­pan con­du­cién­do­les a un co­lap­so final.

    Como en­tes fue­ra de la muer­te su pro­yec­to no exis­te, son só­lo pa­ra un pro­pó­si­to ul­te­rior más allá de cual­quier con­cep­ción exis­ten­cial; son pu­ra esen­cia con­cen­tra­da ha­cia un as­pec­to par­ti­cu­lar de la reali­dad. Quizás por eso los deus ex ma­chi­na no sean, ni mu­cho me­nos, un re­cur­so fá­cil de guión, tal vez en es­ta oca­sión sea la so­lu­ción más plau­si­ble de to­do pa­ra dos en­tes que no jue­gan en la li­ga de la reali­dad del hom­bre. La in­mor­ta­li­dad im­pli­ca la per­di­da de la con­di­ción hu­ma­na. Y de sus reglas.