Camino tortuoso, de Warren Ellis
Para algunos, quizás para la mayoría, la vida no es más que el camino tortuoso hacia el infierno donde nada es cognoscible más allá de la idea misma de condenación; la vida es una tortura sin significado, y por eso se aferran a cualquier noción mínimamente consoladora que se les conceda con respecto de esa (nihilista) visión del mundo tan suya. ¿A qué viene esa necesidad de aferrarse en sentimientos encontramos, en sentidos trascendentales de la existencia? Eso es la certeza de que no hay nada que sea necesario, que no tiene por qué haber nada en el mundo, e igual que existimos, podría ser que no hubiéramos existido nunca. Es por ello que uno vive y se deja llevar, dejándose arrastrar por las circunstancias, en un trabajo de mierda donde lo menos malo que le puede ocurrir a uno es descubrir que existen personas amantes de las avestruces en un sentido tan literal como repulsivo. Si no existe una razón ulterior, si no existe Dios, ni la Historia, ni ningún concepto fuerte detrás de todos nuestros velos de ilusiones, ¿qué nos queda? Desde luego esto no puede ir a peor pero, en realidad, siempre puede ir a peor.
Un mundo vaciado de toda significación donde no cabe nada más que el más mortal de los aburrimientos. Si la cultura de masas contemporánea se basa en el más absurdo de los aburrimientos ‑como bien nos demostró recientemente Noel-, ¿qué no podemos esperar de otras formas de existencia? Las relaciones humanas se han tornado en distantes posicionamientos de lugares comunes, el arte no es más que una sarta de copias insulsas de caraduras desvirtuando tal noción e incluso el amor o el deseo parecen hechos pervertidos en un uso y abuso absurdo. ¿Se sienten reconocidos en este retrato? Habrá muchos que sí, y ellos son precisamente los que viven en un mundo irreal.