No tengo boca y debo gritar, de Harlan Ellison
El problema consustancial del cógito cartesiano es que, mientras funciona relativamente bien para los seres humanos —siendo esta relatividad tendente hacia el infinito a causa de la imposibilidad de pensar un mundo pre-Dios — , para cualquier forma de constructo inteligente se nos muestra como un fracaso absoluta; pretender pensar el estado, la economía o el mismo Dios como una fuerza que existe en tanto piensa se diluye de una forma terrorífica: no hay razón para creer que un constructo, algo que necesariamente es creado por otra razón inteligente, exista en tanto piense. ¿Qué significa esto? Que si bien Descartes planteo de una forma inteligente una solución para una problemática hecha a la medida de los seres humanos, como saber si existo siendo humano, esta se pierde cuando es incapaz de explicar los convencionalismos propios de aquellos que tienen que ser garantes de esta faceta de lo real. Aunque Dios tenga atributos infinitos para existir no puede darse a sí mismo la creación en tanto, para haber un acto primero de pensamiento, tiene que haber un pensamiento en sí mismo; Dios es toda forma infinita de la existencia y, por extensión, no es posible que éste exista según las bases del cartesianismo porque para pensar es necesario existir y el pensamiento no se puede dar a sí mismo.
Partiendo de esta base podemos entender que el cógito que alude Harlan Ellison para su terrorífico robot que ha arrasado con la humanidad dejando sólo cinco supervivientes, que a su vez no dejaría de ser un predecesor de la brutal Skynet, sucede en tanto hay una inteligencia que sostiene su posibilidad de existencia: el robot piensa, porque de hecho hay humanos que han creado una red intelectiva a través de la cual éste puede pensar. En tanto los seres humanos hemos creado una serie infinita de mitologías y ficciones de las cuales se puede beber para crear toda clase de acontecimientos arreales pero posibles, la máquina se convierte en el dios maligno que bebe de una inteligencia que no le engaña en tanto la hace fáctica en sí misma. La inteligencia humana, cristalizada en su cultura, se convierte en el garante de la posibilidad de lo real en tanto da la vida y el mundo a su creación — cogito, ergo sum: