Etiqueta: hombre

  • Conceptos representados sólo en nombre: Ryuichi Sakamoto contra el humanismo

    null

    Quizás por­que son mu­chas las oca­sio­nes en las que me pi­den que opi­ne so­bre el me­dio am­bien­te, a me­nu­do me pre­gun­tan: «¿Qué es la mú­si­ca eco­ló­gi­ca». Básicamente creo que no exis­te tal co­sa. Pero siem­pre bus­co la res­pues­ta. Si la hu­bie­ra, no se­ría la que di­ce «El hom­bre ha muer­to», pe­ro si que, de al­gún mo­do, ne­ga­ría lo hu­mano. El mo­no­teís­mo, al­go que tie­ne prin­ci­pio y fin, el con­cep­to de que la his­to­ria tie­ne una fi­na­li­dad… den­tro de mi, se ha ido ha­cien­do ca­da vez más fuer­te el de­seo de apar­tar­me de ese ti­po de co­sas que ha pen­sa­do el hombre.

    La mú­si­ca os ha­rá li­bres. Apuntes de una vi­da, de Ryuichi Sakamoto

    (más…)

  • La revolución no será televisada. Gil Scott-Heron en las ruinas de la vida de otro hombre negro

    null

    El pre­sen­te tex­to es una tra­duc­ción de The Revolution Will Not Be Televised, el poema/spoken word de Gil Scott-Heron que se in­clu­ye al fi­nal de la mis­ma. La tra­duc­ción del tex­to es de pro­duc­ción propia.

    No te po­drás que­dar en ca­sa, hermano.
    No po­drás co­nec­tar­la, en­cen­der­la y apagarla.
    No po­drás per­der­te en la he­roí­na y evadirte,
    ni eva­dir­te a por una cer­ve­za du­ran­te los anuncios,
    por­que la re­vo­lu­ción no se­rá televisada.

    (más…)

  • El superhéroe que ganó la gracia del mar

    null

    Lobezno: Honor, de Chris Claremont

    La fas­ci­na­ción que sus­ci­ta la idea de un Japón eri­gi­do por los con­cep­tos pro­pios de la obli­ga­ción so­cial y el ho­nor es­tá tan pró­xi­mo a la idea real del país en nues­tro tiem­po co­mo pue­de es­tar­lo la idea de España inun­da­da de ca­dá­ve­res por pe­ti­cio­nes de sa­tis­fac­ción en due­lo: in­clu­so aun­que la li­te­ra­tu­ra ha­ya ali­men­ta­do esa ima­gen luc­tuo­sa, no era la mo­ne­da de cam­bio co­mún ni si­quie­ra en tiem­pos le­ja­nos. Lo cual no sig­ni­fi­ca que, en úl­ti­mo tér­mino, no con­ten­gan un po­so de ver­dad. La idea del gi­ri, el con­cep­to de la res­pon­sa­bi­li­dad por el cual se prac­ti­ca un auto-sacrificio en fa­vor de la con­ve­nien­cia so­cial, es al­go que im­preg­na de un mo­do so­te­rra­do ca­da ins­tan­te de la vi­da de los ja­po­ne­ses; in­clu­so si la idea de ho­nor es­tá ri­dí­cu­la­men­te ob­so­le­ta, exis­te un savoir-faire que obli­ga a ac­tuar de un mo­do de­ter­mi­na­do más allá de los in­tere­ses per­so­na­les. Quizás por eso nos re­sul­tan tan pro­fun­da­men­te ex­tra­ñas las for­mas de fic­ción ja­po­ne­sas, o in­clu­so las ja­po­nei­za­das, no tan­to por su con­cep­ción del ho­nor co­mo por su con­se­cu­ción fé­rrea del gi­ri.

    Chris Claremont po­dría con­si­de­rar­se en mu­chos sen­ti­dos el in­tro­duc­tor del gi­ri en el có­mic oc­ci­den­tal, pre­ci­sa­men­te por aque­llo que tie­ne de ob­se­sión en re­tra­tar el con­flic­to en­tre los de­seos y las obli­ga­cio­nes de unos per­so­na­jes, los su­per­hé­roes, que pa­re­cen me­dia­dos por un có­di­go de ho­nor im­plí­ci­to en su exis­ten­cia. Y en es­te sen­ti­do par­ti­cu­lar, el ca­so de Lobezno nos re­sul­ta pa­ra­dig­má­ti­co. Éste se nos pre­sen­ta du­ran­te la ma­yor par­te de Lobezno: Honor co­mo un ani­mal sal­va­je que, des­oyen­do to­das sus obli­ga­cio­nes, se de­ja lle­var por sus más ba­jas pa­sio­nes: ca­da vez que azo­ra­do por el amor, el odio o la cul­pa se ve arras­tra­do a la vio­len­cia, lo úni­co que ven en él los ja­po­ne­ses es una bes­tia sal­va­je in­ca­paz de res­pe­tar el pro­to­co­lo. El gi­ri es el prin­ci­pio esen­cial de co­mu­ni­dad pa­ra los ja­po­ne­ses, aque­lla fun­da­men­ta­ción su­brep­ti­cia que de­fi­ne el prin­ci­pio bá­si­co de lo hu­mano; quien no re­pri­me sus pa­sio­nes en fa­vor del bien so­cial, no es más que un ani­mal. Para en­ten­der su por qué, vea­mos lo que tie­ne que de­cir Yukio Mishima al respecto:

    (más…)

  • No existe límite en el género bien estimulado (II)

    null

    Kiss Kiss, Bang Bang, de Shane Black

    Los pro­ble­mas de gé­ne­ro en el sen­ti­do más con­tem­po­rá­neo po­si­ble, en la con­fron­ta­ción de las ideas de gé­ne­ro que sub­ya­cen ba­jo una ta­xo­no­mía bio­ló­gi­ca, son uno de los pro­ble­mas que de­sa­rro­lla Kiss Kiss, Bang Bang tan­to en sus per­so­na­jes co­mo en su pro­pia es­té­ti­ca. La pues­ta en cues­tión de los más esen­cia­les ro­les de gé­ne­ro, yen­do in­clu­so más allá de la con­cep­ción de rol de gé­ne­ro me­ra­men­te se­xual, se­rá el ca­ba­llo de ba­ta­lla que per­mi­ti­rá de una for­ma más exac­ta de­jar en­trar a las pro­ble­má­ti­cas so­cia­les de nues­tro tiem­po en la pe­lí­cu­la; si es di­fe­ren­te y va más allá de una iró­ni­ca auto-consciencia, es pre­ci­sa­men­te por su ca­pa­ci­dad de des­es­truc­tu­rar los ro­les de gé­ne­ro ha­cia un nue­vo paradigma.

    Desde una pers­pec­ti­va fe­mi­nis­ta, in­clu­so más que de gé­ne­ro, Harmony Faith Lane es el per­so­na­je más (con­tro­ver­ti­da­men­te) in­tere­san­te: una mu­jer con fir­mes ideas so­bre la (des)igualdad —co­mo nos de­mues­tra cuan­do afir­ma que Santa Claus, una pe­lí­cu­la de los 50’s, de­mues­tra un te­rri­ble ca­so de ra­cis­mo ha­cia la fi­gu­ra de Rudolph: los otros re­nos le quie­ren só­lo por su na­riz bri­llan­te, que se­ría equi­va­len­te al cli­ché de los blan­cos que só­lo quie­ren al ne­gro cuan­do des­cu­bren que es bueno ju­gan­do al ba­lon­ces­to— pe­ro que, sin em­bar­go, no in­vo­ca a su res­pec­to: se sa­be más va­lio­so co­mo ob­je­to que co­mo in­di­vi­duo y, por ex­ten­sión, no pa­sa na­da por­que un hom­bre le to­que un pe­cho mien­tras la creía dor­mi­da. Esa con­tra­dic­ción del per­so­na­je, su se­xua­li­dad li­be­ra­da que se­ría el sue­ño del pro­ta­go­nis­ta de no ser por­que és­te ya no es un ti­po du­ro y os­cu­ro —te­ma pa­ra abor­dar den­tro de un ins­tan­te — , nos per­mi­te ver la con­tra­dic­ción esen­cial de cual­quier fi­gu­ra fe­me­ni­na adap­ta­da al pen­sa­mien­to fe­mi­nis­ta avant la let­tre: si es­tá li­be­ra­da se­xual­men­te, pue­de caer en la co­si­fi­ca­ción; si re­pri­me su se­xua­li­dad, se si­túa en un rol pre-contemporáneo — ¿la pro­pues­ta de Shane Black? Dinamitar el deseo.

    (más…)

  • Siguiendo el rastro de azúcar: Sixto Rodríguez, el hombre como mito

    null

    Toda exis­ten­cia es una pu­ra con­tin­gen­cia: igual que na­ci­mos pu­di­mos ha­ber­lo no he­cho, y a par­tir de ahí to­do son co­sas que nos han ve­ni­do da­das y de­ci­sio­nes que po­drían ha­ber si­do otras. Todo hom­bre es al­go di­fe­ren­te de lo que po­dría ha­ber si­do e, in­clu­so, de lo que se­rá. Es por ello que una mis­ma per­so­na pue­de ser un com­ple­to des­co­no­ci­do en EEUU, in­clu­so ha­bien­do vi­vi­do to­da la vi­da allí, y ser una suer­te de hé­roe en Sudáfrica, in­clu­so ha­bien­do no po­sa­do un pie en la vi­da allá; los acon­te­ci­mien­tos a tra­vés los cua­les se edi­fi­ca nues­tra iden­ti­dad no se ba­san en la uni­for­mi­dad del co­no­ci­mien­to, ni si­quie­ra de la elec­ción, de los mis­mos: yo soy aque­llo que he ele­gi­do ser con las he­rra­mien­tas que po­seía, el res­to es lo que el mun­do hi­zo de mi. 

    El ca­so de Sixto Rodríguez se­ría pa­ra­dig­má­ti­co en es­ta pers­pec­ti­va por aque­llo que tie­ne de ex­tra­ño, de sor­pre­si­va, su pro­pia his­to­ria. Un hom­bre que se pa­sa to­da la vi­da tra­ba­jan­do de jor­na­le­ro, ha­cien­do de lo fí­si­co su la­bor prin­ci­pal, in­clu­so cuan­do su ca­rác­ter y ca­pa­ci­dad pa­re­ce es­tar del la­do de la más ab­so­lu­ta de las sen­si­bi­li­da­des ar­tís­ti­cas; no es que sea un ge­nio que ne­ce­si­ta sen­tir el con­tac­to de la tie­rra con sus ma­nos pa­ra po­der ope­rar en el mun­do ar­tís­ti­co —que se­gu­ra­men­te, tam­bién — , sino que es un hom­bre cu­yo éxi­to se le mos­tró es­qui­vo. En sus dos dis­cos, en los cua­les va tran­si­tan­do por un rock de raí­ces folk con una fuer­te pre­sen­cia blues en un uso pro­fun­do y ejem­plar del groo­ve ade­más de una tris­te­za cua­si post-punk, de­sa­rro­lla una per­so­na­li­dad tan arro­lla­do­ra que hoy nos cues­ta creer que un hom­bre así pu­die­ra ser ig­no­ra­do en su tiem­po — la sen­si­bi­li­dad de la épo­ca, de los 70’s, no es­ta­ba de­sa­rro­lla­da de tal mo­do que pu­die­ra acep­tar una ra­ra avis chi­ca­na que pre­co­ni­za la os­cu­ri­dad de un sis­te­ma que en­ton­ces aun pa­re­cía el mo­de­lo ideal de to­dos los po­si­bles. La re­vo­lu­ción blan­da, pro­fun­da­men­te abur­gue­sa­da, de Bob Dylan sí; la re­vo­lu­ción du­ra, sa­li­da de las ma­nos des­pe­lle­ja­das del úl­ti­mo pel­da­ño de la ca­de­na tró­fi­ca ca­pi­ta­lis­ta, no. 

    (más…)