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  • Máscaras que desenmascaran ausencias. Una lectura scooby-doiana de «Batman: Mask of the Phantasm»

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    Existe al­go in­fi­ni­ta­men­te nues­tro en Scooby-Doo. La es­cép­ti­ca idea de que de­trás de ca­da mons­truo se es­con­de un hom­bre, ban­que­ro, agen­te de in­ver­sio­nes o in­mo­bi­lia­rio, no só­lo co­nec­ta con el dis­cur­so de la im­po­si­bi­li­dad de aque­llo que no sea cien­tí­fi­co, ra­cio­nal, sino con aquel otro que em­pa­ren­ta el di­ne­ro con el mal. Todo hom­bre co­rrom­pi­do lo es por el di­ne­ro. Eso, que se­ría co­mo de­cir que to­do hom­bre co­rrup­to lo es por que­rer ser­lo, no de­ja de ser la pos­tu­ra que, con ma­yor ten­den­cia, se apro­pian hoy la ma­yo­ría de los in­di­vi­duos; el cul­pa­ble es otro, el cul­pa­ble es el que se ha­cía pa­sar por cor­de­ro, cuan­do siem­pre fue lo­bo. A és­to, que lla­ma­re­mos «Doctrina Scooby-Doo», al creer que exis­te un mal en las som­bras que ex­pli­ca­rá el mun­do se­gún lo des­ve­le­mos, tie­ne un pro­ble­ma de ba­se: su pro­pia cer­te­za an­te la in­exis­ten­cia del mons­truo le ha­ce re­ne­gar de los efec­tos de és­te. No se pre­gun­tan «có­mo» ni «por qué», sino «quién».

    Según la «Doctrina Scooby-Doo» el úni­co in­te­rés que po­dría exis­tir en Batman es quién es­tá de­trás de la más­ca­ra. El pro­ble­ma es que, aun­que exis­te una per­so­na de­trás de él, és­ta se des­ha­ce en­tre las som­bras de du­da de «quién» es Batman; si nos plan­tea­mos «quién» es Batman, en vez de pre­gun­tar­nos «por qué» al­guien se con­vier­te en Batman, po­dre­mos per­der la pers­pec­ti­va. No es así por­que la pre­gun­ta so­bre la iden­ti­dad sea ba­la­dí, sino más bien por­que es­ta se sos­tie­ne só­lo en los he­chos que vie­nen da­dos por cues­tio­nar las ra­zo­nes y las for­mas de aquel que de­ci­de ac­tuar de un mo­do de­ter­mi­na­do. No se ha­ce Batman quien pue­de ni quie­ren quie­re, sino quien lo ne­ce­si­ta. Por eso es ab­sur­do pre­ten­der res­pon­der que de­trás de Batman es­tá Bruce Wayne, cuan­do las ra­zo­nes de és­te pa­ra con­ver­tir­se en el hom­bre mur­cié­la­go son mu­cho más pro­fun­das que el he­cho de ser­lo. Wayne no es Batman por na­ci­mien­to, lo es por con­vic­ción. El au­tén­ti­co in­te­rés que po­dría­mos di­lu­ci­dar en él se­ría aquel que se nos per­mi­te in­tuir en­tre las cos­tu­ras de su tra­je — las ra­zo­nes que, en su iden­ti­dad se­cre­ta, vis­te co­mo uniforme.

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  • Manifiesto por la libertad de prensa. El artículo censurado de Albert Camus.

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    El pre­sen­te tex­to es una tra­duc­ción del es­cri­to cen­su­ra­do, y por ello iné­di­to, de Albert Camus que de­bió apa­re­cer en en Le Soir ré­pu­bli­cain el 25 de Noviembre de 1939, al res­pec­to de la ne­ce­si­dad de la li­ber­tad de pren­sa en la so­cie­dad, pu­bli­ca­do re­cien­te­men­te por el pe­rió­di­co fran­cés Le Monde. La tra­duc­ción del tex­to ha si­do rea­li­za­do por mi. Disfruten con Camus.

    Es di­fí­cil hoy en día evo­car la li­ber­tad de pren­sa sin ser gra­va­dos de ex­tra­va­gan­cia, acu­sa­dos de Mata-Hari, de es­tar con­ven­ci­dos de ser so­brino de Stalin.

    Sin em­bar­go, es­ta li­ber­tad en­tre otras es só­lo una de las ca­ras de la li­ber­tad tout courtAunque se po­dría tra­du­cir por es só­lo una de las ca­ras de la li­ber­tad en su to­ta­li­dad he pre­fe­ri­do de­jar la ex­pre­sión fran­ce­sa por el con­te­ni­do fi­lo­só­fi­co que tie­ne en su idio­ma na­tal y que po­dría per­der­se en es­pa­ñol. Una tra­duc­ción apro­xi­ma­da, aun cuan­do in­exac­ta y li­bre, po­dría ser es só­lo una de las ca­ras de la li­ber­tad y na­da más (NdT). y de­be­mos com­pren­der nues­tra obs­ti­na­ción en de­fen­der­la si que­re­mos acep­tar que no hay otro mo­do de ga­nar real­men­te la guerra.

    Desde lue­go, la li­ber­tad tie­ne sus lí­mi­tes. También es ne­ce­sa­rio que sea li­bre­men­te re­co­no­ci­da. Los obs­tácu­los que son dis­pues­tos hoy a la li­ber­tad de pen­sa­mien­to, tam­bién he­mos di­cho to­do lo que se po­día de­cir y de­ci­mos una vez más, has­ta la sa­cie­dad, to­do lo que nos se­rá po­si­ble de­cirSobre los obs­tácu­los. En es­ta fra­se es­tá ha­blan­do, de for­ma qui­zás al­go con­fu­sa e im­plí­ci­ta, so­bre ha­blar al res­pec­to de los pro­pios obs­tácu­los (NdT).. En par­ti­cu­lar, no nos asom­bra­re­mos nun­ca lo bas­tan­te, de que el prin­ci­pio de la cen­su­ra una vez pro­nun­cia­da pro­du­ce que la re­pro­duc­ción de tex­tos pu­bli­ca­dos en Francia, y pre­ten­di­do por la cen­su­ra, sea prohi­bi­do en el área me­tro­po­li­ta­na en Soir ré­pu­bli­cain (pe­rió­di­co, pu­bli­ca­do en Argel, del cual Albert Camus fue edi­tor en je­fe en su tiem­po), por ejem­plo. El he­cho de que a es­te res­pec­to un dia­rio de­pen­da del es­ta­do de áni­mo o la com­pe­ten­cia de un hom­bre de­mues­tra me­jor que cual­quier otra co­sa el gra­do de con­cien­cia que he­mos logrado.

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