No existen formas artísticas inocentes. Siempre que creamos arte estamos transmitiendo una serie de valores de forma consciente o inconsciente, incluso cuando no lo pretendemos; pretender que es posible estar más allá de la ideología no sólo es ingenuo, sino también profundamente ideológico. Es por ello que, dentro de las diferentes formas artísticas, el pop sea un vehículo particularmente apropiado para transmitir mensajes ideológicos, ya que incluso conceptos complejos o indeseables en primera instancia pueden asimilarse con naturalidad a través de su estilo repetitivo, sencillo y coreable. Los estribillos del pop son a la música lo que los aforismos al pensamiento filosófico: desviaciones cancerígenas de algo más complejo. Especialmente cuando sirven para jugar con la propia ambigüedad de su mensaje.
Urbangarde, grupo de Tokyo que definen su estilo como post-pop —etiqueta irónica donde las allá, ya que la superación del pop confluye en las mismas formas que se habían abandonado anteriormente — , defienden su posición ideológica desde la explicitud que sólo es posible lograr con un eslogan sencillo y directo: No More Sex; sus canciones defienden la abstinencia sexual, enaltecen la virginidad y defienden el fin de cualquier clase de acercamiento erótico-festivo entre seres humanos. Todo lo que no sea la pureza absoluta conduce, necesariamente, hacia el dolor. A través de su estructura pop, articulada en mensajes sencillos y directos, acompañada de buenas dosis de provocación punk, haciendo uso de un bebe gigante ensangrentado que aparece tanto en sus conciertos como en sus videoclips, llevan la representación de sus actos hasta el límite de lo razonable: la representación directa e hiperbólica de las consecuencias de una actitud irresponsable frente al sexo. Donde «irresponsable» deberíamos entender «cualquiera». O, al menos, será así hasta que un grupo todavía más extremo arroje fetos abortados contra su público.
Asexualidad, testimonios sobre el horror que fue abortar, efectos chiptune, guitarras pesadas, un bebe gigante ensangrentado bailando, provocación punk y la dulce voz de Yokotan: eso es Urbangarde. Si es un acto de pura provocación es lo menos importante, ya que el interés de todo gesto potencialmente irónico es nunca saber cuándo está siendo en serio o en broma, porque quizás lo es las dos.