Es natural imaginar el infierno lleno de maquinas de tortura donde se inflige un dolor inhumano por la eternidad pero mas sensato es pensar que el diablo nos deparara un sufrimiento mas allá de lo físico. Así nos lo plantea Jean-Paul Sartre en A Puerta Cerrada.
Tres muertos recientes en el infierno donde no duermen y no pueden cerrar los ojos nunca, ellos solos serán su eterna compañía en el infierno encerrados en una pequeña habitación con nada mas que tres asientos de lo que parece un hotel. Sin torturadores ni maquinas de tortura, solo ellos y la relación que se establece entre los tres, van poco a poco desnudando sus almas para encontrar la razón de estar allí y eludir las culpas de una vida poco honrosa. La paulatina necesidad de unos por los otros con un consiguiente desprecio por lo deleznable de las actuaciones en vida de los otros harán que contra mas intentan justificarse y acercarse al otro el reflejo que les devuelve sea mas cruel y distorsionado.
Ante una puerta abierta tres trasuntos de personas, reflejos cuasi fantasmales, obliterados de su esencia se niegan a salir de su infierno porque ninguno saldrá sin los otros y los otros no saldrán con los demás. Tenga cuidado el que mire al otro pues el otro le devolverá la mirada.