Toda droga se nutre no tanto de la debilidad del que la consume como que este mismo crea que padece de esa hipotética debilidad. Así uno puede estar durante años limpio que, cuando su animo se venga abajo y pierde confianza en si mismo, la droga estará ahí esperándole pacientemente para hacerle ver su inutilidad; su debilidad. Alrededor de este carrusel de descenso hacia el infierno se mueve la excelente White Lightnin” del director Dominic Murphy.
Durante el metraje seguimos la vida de Jesco White, hijo del mítico bailarín de claqué D Ray White, en su continua caída hacia el abismo del puro horror white trash. Lejos de encontrarnos un retrato sórdido y oscuro nos encontramos una comunidad unida por una férrea religiosidad donde nunca ocurre nada, salvo las continuas entradas y salidas de Jesco por culpa de su adicción a toda clase de drogas desde la infancia. Su padre ya harto de la situación le enseña a bailar lo cual, al menos en apariencia, se convierte en su salvación. Viajando por los pueblos circundantes se va convirtiendo en una leyenda del baile en las montañas, llegando incluso a encontrar el amor en el proceso. Pero Jesco es débil y cae ante las drogas cuando su mundo se derrumba; cuando los pilares maestros que sostenían su cordura ya hecha jirones se desmoronaron. Al final, en un salvaje tour de force final, sólo cabe la venganza y la redención. Y, mientras todo esto ocurre, descubrimos una cara deslucida pero agradable de la América profunda que, lejos de locos psicópatas embravecidos, la lucha diaria es por poder seguir cultivando su peculiar cultura ajena al mundo exterior.
Esta es la historia del indómito Jesco, uno de los mejores bailarines de claqué que ha conocido jamás West Virginia, y de como a pesar de su talento infinito era doblemente débil. Para los habitantes de su tierra era débil por su incapacidad para seguir los prefectos del señor; para enviar al infierno tanto a sus adicciones como a los que le ultrajaron. Para nosotros, los que le vemos desde fuera, era débil por su incapacidad de seguir adelante sin los prefectos del señor. Y es que las drogas, como la religión, sólo nos eligen cuando caemos en la flaqueza.