Etiqueta: Mario Virico

  • entendimiento tácito en la melodía de Tokyo

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    1.

    El ja­po­nés es un en­te atroz, di­vi­di­do en una exis­ten­cia con­tra­dic­to­ria que ne­ce­si­ta au­nar fe­rrea­men­te la tra­di­ción con la van­guar­dia más des­es­truc­tu­ra­da. Es im­po­si­ble dis­cer­nir los lí­mi­tes que se for­man en­tre la vi­da co­ti­dia­na, el ar­te y el zen sin des­truir los mis­mos nu­dos que los unen. En al­gún mo­men­to de 1985 se fil­ma y emi­te un do­cu­men­tal so­bre Ryuichi Sakamoto lla­ma­do Tokyo Melody.

    2.

    De una for­ma­ción clá­si­ca Sakamoto se jun­ta con el fol­kie Haruomi Hosono y el van­guar­dis­ta Yukihiro Takahashi, en con­jun­to crean la hi­pér­bo­le cy­ber­punk lla­ma­da Yellow Magic Orchestra. Su mú­si­ca synth­pop se acer­ca con un vi­ta­lis­mo si­nies­tro a la ca­ra más os­cu­ra que aun es­ta­ría por ger­mi­nar en Europa, ade­lan­tán­do­se por va­rios años tan­to a la new wa­ve co­mo al in­dus­trial. Antes de que los edi­fi­cios nue­vos se de­rrum­ba­ran YMO de­fi­nie­ron el caos de la en­ti­dad pos­mo­der­na: la fu­sión del hom­bre y la ma­qui­na en una en­ti­dad in­di­so­lu­ble a tra­vés de la mú­si­ca. Su fin en el ce­nit del gé­ne­ro y de la teo­ría mar­can el pun­to y se­gui­do del in­di­vi­duo hu­ma­nis­ta, bru­tal­men­te ase­si­na­do y vio­la­do en una cu­ne­ta de la M‑30. El in­di­vi­duo trans­hu­ma­nis­ta se de­cla­ra cul­pa­ble y la pos­mo­der­ni­dad se que­da per­ple­ja re­pi­tien­do teo­rías que han de na­cer muertas.

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  • puedo ver más allá de tu belleza

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    En oca­sio­nes al­go ya lo he­mos vi­vi­do y, en oca­sio­nes aun más es­pe­cia­les, ya he­mos co­no­ci­do a al­guien. Esas per­so­nas úni­cas y es­pe­cia­les sa­be­mos que han es­ta­do siem­pre atra­ve­san­do nues­tra vi­da, si­len­cio­sas pe­ro evi­den­tes. Y es lo que ve­mos en Two Times You de Marlon Dean Clift.

    Con un de­li­ca­do y su­til piano so­bre una ba­se ce­les­tial la voz so­bre­vue­la pa­cien­te a me­dio ca­mino en­tre los ada­li­des del jazz más ar­mo­nio­so y am­bien­tal. El re­sul­ta­do, pre­cio­so, no ha­ce más que en­fa­ti­zar la be­lle­za in­ter­na de la pro­pia can­ción. El des­tino, una chi­ca, al­go que ya he­mos vi­vi­do pe­ro sa­be­mos que, así, es­tá bien y que po­dría­mos vi­vir siem­pre a la luz de sus cá­li­dos ojos. Las trom­pe­tas, co­mo las du­das, co­mo el tiem­po, nos ha­cen plan­tear­nos y pen­sar que hay de cier­to en es­te oní­ri­co e ideal cuen­to de ha­das don­de nun­ca po­de­mos sa­ber con cer­te­za que es lo que sentimos.

    Mientras las úl­ti­mas no­tas se eva­po­ran en el ai­re so­lo que­da la cer­te­za de que no po­de­mos huir de la sin ra­zón de nues­tro des­tino. Sea el des­tino, sea so­lo una chi­ca lo im­por­tan­te es lo que nos ha­ce sen­tir. El amor o el infinito.

  • enter the porcast

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    Les trai­go una sor­pre­sa, una en­tra­da no ha­bi­tual en es­te blog, si ba­jan has­ta aba­jo po­drán oír mi pri­me­ra in­ter­ven­ción (y es­pe­ro que no ul­ti­ma) en el Porcast del nun­ca su­fi­cien­te­men­te lau­rea­do Mario Virico. Espero que les gus­te y so­bre­to­do re­cuer­den pa­sar por el blog del an­fi­trión y co­men­tar­le a el tam­bién y por fa­vor, aní­men­se a par­ti­ci­par en fu­tu­ros por­cast, tan­to Mario co­mo un ser­vi­dor se lo agradeceremos.