El problema de las etiquetas que designan géneros es que, por definición, tienden hacia la incompletud; siempre padecen de una necesaria vaguedad para no resultar inoperantes. De este modo géneros cimentados sobre auténticas montañas de mitomanía defecada por algún vomita letras del periodismo musical pueden dar de si grupos de calidad. Y no sólo eso, en algunos pocos casos, serán capaces de huir de cualquier noción de género para prestarse como una vía totalmente personal de como hacer las cosas. Y esto ocurre en Remember the Name de Pay money To my Pain.
En primera instancia el grupo se circunscribió, siempre para la deficiente prensa anti-musical, como un grupo que oscilaba entre lo mejor del metalcore y el screamo, con fuertes reminiscencias de FACT. El problema es que esto sólo podría ser verdad haciendo un ejercicio de abstracción de una competencia equivalente al de alcanzar un estado catártico; lo cual explicaría la cantidad de mamarrachadas que se escriben sobre música. Con un sonido profundamente técnico, muy mimado y bien realizado, nos encontramos pese a todo unas melodías profundamente pop que nos arrullan entre unos instrumentos manipulados con dulce virtuosismo. Así, infinitamente más cerca de Nothing’s Carved in Stone que de FACT, su logro es conseguir un sonido tan complejo y contundente como vibrante y preciosista. Todo es ferial, grandilocuente y colorido como en los mejores momentos de Panic! at the Disco pero esto sin perder jamás la contundencia y savoir-faire que se le supone a un grupo circunscrito dentro del metal. No sólo consiguen un sonido completamente propio o derribar todos los muros de idiocia de género que intentan contenerlos, sino que revolucionan toda posible clasificación para intentar hacerlos caber en alguna de ellas.
Hay artesanos, gente que se ajustan a géneros, formas y movimientos ante los cuales responden con calidad sin salirse jamás de lo que se supone deberían ser. Por otro lado encontramos auténticos artistas que no sólo no se ajustan a estos moldes, sino que se dedican una y otra vez a romperlos con la misma fiereza con la que esgrimen sus artefactos de terrorismo artístico. El arte nunca es complacencia, siempre es una lucha cara a cara contra lo desconocido, contra lo ideal que aun no es pero podría ser. Recuerda el nombre del artista, olvida el del artesano.