Etiqueta: México

  • vuestra miseria nos hace dichosos

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    Los triun­fos del hom­bre son com­par­ti­dos por to­dos, cuan­do al­guien ga­na al­gu­na cla­se de even­to, con­tra más im­por­tan­te es, más gen­te afir­ma­rá ser par­tí­ci­pe de esa vic­to­ria que no les ata­ñe. Sin em­bar­go el su­fri­mien­to es al­go que no se com­par­te sino que nos re­le­ga ha­cia el ser el otro, nos ale­ja de los de­más, nues­tra mi­se­ria de­fi­ne al otro co­mo un triun­fa­dor. Pero na­die quie­re te­ner al la­do al des­gra­cia­do y por ello los apar­ta­mos, les ne­ga­mos la mi­ra­da y su al­te­ri­dad, los co­si­fi­ca­mos. Nada más y na­da me­nos que lo que ex­po­ne Luis Buñuel en su ra­bio­sa pe­lí­cu­la Los Olvidados.

    Jaibo se es­ca­pa de un re­for­ma­to­rio pa­ra jun­tar­se con el jo­ven y al­go ván­da­lo Pedro el cual ve­rá trun­ca­da su vi­da cuan­do el pri­me­ro ase­si­ne a otro jo­ven por ha­ber­le de­la­ta­do de una de sus fe­cho­rías. Este es el mo­men­to pre­ci­so don­de la vi­da de am­bos se trun­ca­rá di­ri­gién­do­se a un in­exo­ra­ble des­tino don­de am­bos aca­ba­ran mu­rien­do co­mo lo que son, po­co más que ani­ma­les de car­ga he­chos pa­ra el tra­ba­jo que na­die de­sea. No son hu­ma­nos pues su hu­ma­ni­dad les es ne­ga­da una y otra vez cuan­do na­die es ca­paz de mi­rar­les a los ojos ni si­quie­ra en su pro­pia muer­te. En el due­lo dia­léc­ti­co la muer­te o la ren­di­ción lle­gan en un com­ba­te jus­to don­de las mi­ra­das se cru­zan y so­lo cuan­do se es mi­ra­do se ob­tie­ne la al­te­ri­dad. La ne­ga­ción de Jaibo le lle­va a la muer­te, al ne­gar a el otro a tra­vés del ase­si­na­to, lo cual só­lo glo­ri­fi­ca al otro co­mo hu­mano al crear el pro­pio re­cuer­do de la in­jus­ti­cia que no se de­be ol­vi­dar. Y so­lo así Pedro en­cuen­tra una iden­ti­dad que le es con­ti­nua­men­te ne­ga­da por su ma­dre, la cual siem­pre le da la es­pal­da. Ambos se glo­ri­fi­can en el pri­mer ca­so de ul­tra­vio­len­cia ci­ne­ma­to­grá­fi­ca en el cual, in­ten­tan­do ser afir­ma­dos por el otro, so­lo con­si­guen hun­dir­se en una ca­da vez más pro­fun­da co­si­fi­ca­ción. Pero so­lo uno al­can­za la redención.

    Siempre se ol­vi­da al de­rro­ta­do, al que ja­más ven­ció en la dia­léc­ti­ca que lo nie­ga to­do y a to­dos, la dia­léc­ti­ca que ci­mien­ta el ca­mino de la his­to­ria con los muer­tos anó­ni­mos del des­tino. Siempre que­da­rá des­pe­dre­gar ese ca­mino y re­cor­dar a las víc­ti­mas del des­tino del po­der des­creí­do de to­da res­pon­sa­bi­li­dad. Sólo te­néis que en­con­trar el re­cuer­do, án­ge­les olvidados.

  • las tinieblas se esconden en el seno de lo político

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    Como ca­da año to­da la se­ma­na in­me­dia­ta­men­te an­te­rior al 31 de Octubre se ce­le­bra en es­ta san­ta ca­sa el es­pe­cial de Halloween. A par­tir de aquí da­mos por em­pe­za­do es­te di­ver­ti­dí­si­mo es­pe­cial pa­ra to­dos ustedes

    Pocas co­sas exis­ten más te­rro­rí­fi­cas pa­ra el ciu­da­dano me­dio de cual­quier lu­gar del mun­do que la me­ra men­ción de la po­lí­ti­ca. Un te­ma que la ma­yo­ría rehu­yen y los que no, lo abra­zan con una in­ten­si­dad que de­ma­sia­do a me­nu­do lle­va has­ta al ex­tre­mo de una ho­rri­ble vio­len­cia de cual­quier ca­so. Dentro de es­tos se­gun­dos es­tán Sedicion pe­ro hoy, can­ta­rán so­bre terror.

    Nacidos en la es­ce­na hard­co­re punk de México de los 80’s se ha­rían un nom­bre co­mo uno de los gru­pos so­bre los cua­les or­bi­ta­ba to­da la es­ce­na me­xi­ca­na du­ran­te los pri­me­ros años 90’s. Aunque la ten­den­cia por ha­blar de te­mas po­lí­ti­cos era la tó­ni­ca co­mún de vez en cuan­do se guar­da­ban es­to pa­ra ha­blar­nos de al­go tam­bién muy pro­pio del hom­bre, el te­rror. Así en Verdaderas Historias De Horror de­sa­rro­llan un dis­co que se si­túa en al­gún lu­gar in­ex­plo­ra­ble en­tre el hard­co­re más asil­ves­tra­do y el ho­rror punk más bas­to y dis­tor­sio­na­do. Su so­ni­do ape­nas di­fie­re de sus otros tra­ba­jos sien­do se­co, di­rec­to, con po­cas con­ce­sio­nes don­de, en es­tas, se pue­den in­tuir al­gu­nos anec­dó­ti­cos de­ta­lles psy­cho­de­li­cos. Aquí abun­da el es­ti­lo ga­ra­ge, bru­tal, su­cio y di­rec­to que tan bien ha­cen al­gu­nos gru­pos me­xi­ca­nos. Aun con to­do, tam­bién se per­mi­ten al­gu­nos des­te­llos de hu­mor im­pro­pio y ma­ca­bro, por ejem­plo, imi­tan­do la tí­pi­ca can­ción de fe­ria en la sal­va­je Fiesta de Disfraces. La des­pro­por­ción es el fac­tor do­mi­nan­te en un dis­co que aun con to­do, tie­ne to­ques de ho­rror punk en los co­ros à la Misfits co­mo los que po­de­mos pre­sen­ciar en A La Escuela, una oda don­de no pu­die­ron re­sis­tir la ten­ta­ción de me­ter el ho­ci­co en te­rre­nos de crí­ti­ca po­lí­ti­ca. Pero no des­vir­túa el con­jun­to en nin­gu­na me­di­da, al con­tra­rio, le da un cier­to dis­tan­cia­mien­to iró­ni­co que re­fuer­za el am­bien­te de te­rror un tan­to hu­mo­rís­ti­co en su vi­sión del ho­rror de ta­chue­las y me­le­nas al viento.

    Aun sin ser la tí­pi­ca ex­cre­ción de bi­lis a la que nos tie­nen acos­tum­bra­dos Sedicion es­te dis­co aca­ba sién­do­lo pe­ro to­man­do la for­ma de una vi­sión del te­rror muy fes­ti­va, pro­ba­ble­men­te, en un ca­so fla­gran­te de hu­mor in­vo­lun­ta­rio. Sea co­mo fue­re, es un buen dis­co de hard­co­re ga­ra­ge­ro que me­re­ce ser es­cu­cha­do en es­tas fe­chas. El ho­rror en­tien­de tan­to de rui­dis­mo co­mo de cier­tas do­sis de humor.