La vida cultural de Occidente y Oriente son dos ríos que van corriendo en paralelo y, sólo de vez en cuando, confluyen en puntos comunes para enriquecerse mutuamente y volver cada uno por su propio camino. Así mientras el mundo anglosajón define en gran medida el sonido del rock, en Japón ignoran cualquier noción de lo que debería ser este mismo género, traduciéndolo a sus códigos. Una de estas confluencias; colisión más bien en este caso, se ha dado recientemente entre dos grupos fetiche de la alternatividad soft de ambos lados del charco.
En un lado nos encontramos con Danger Days: The True Lives of the Fabulous Killjoys de My Chemical Romance, un disco fastuoso que intenta hacer un disco conceptual en el cual lo japonés está presente en cada instante. Influenciados por el j‑rock venido de la mano de Miyavi, el cual está intentando aterrizar en EEUU como la nueva sensación de moda, su estilo cambia hacia una cierta fastuosidad y radicalidad propia del imperio del sol naciente. Por su lado Balzac da un tremendo volantazo en su Judgement Day para dejar, ahora sí definitivamente, la imitación barata de los Misfits para comenzar a hacer un horror punk absolutamente personal. Pero donde My Chemical Romance asume los códigos que le son propios a lo japonés, estos beben de una forma descarada del hardcore melódico de una vena más pop, acercándose incluso a la teatralidad espectacular de Panic! At the Disco. ¿Cual es el problema de esta doble hibridación? El problema es que My Chemical Romance falla en su japonesismo y Misfits triunfa en su reinvención de si mismos desde códigos ajenos.