La seudofiesta del consumo nos incita a consumir ofreciéndonos una esencia perdida que nos elevara a una metafórica divinidad pero el resultado es siempre el mismo: la decepción. Tras la seudofiesta del consumo solo se esconde una cruel y brutal decepción que se sostiene en la falsa esperanza y necesidad de seguir consumiendo en busca de esa euforia pasajera. Necesitamos el nuevo chute que nos haga sentir lo mismo.
Una vez más para ver como ejerce la sociedad espectacular un control ¿casi? mesiánico a través del consumo solo tenemos que ver el producto de consumo más popular en los últimos tiempos de una forma casi unánime, Lost. Prometida al espectador como un zeitgeist cultural se afianzó después de una primera temporada de misterios, sorpresas y giros insospechados como un imprescindible, un must have, de lo que se debe ver y lo que debe ser la televisión. La cobertura mediática lo ensalza y convierte en un hito generacional a través de las temporadas y sus fans ven religiosamente cada capítulo como una suerte de catarsis colectiva. Si el capítulo es bueno o malo es algo absolutamente irrelevante, lo que si es relevante es la comunión que se crea, las expectativas, el falso dialogo y comprensión que los eleva a un nuevo entendimiento ficticio. No ven la serie para disfrutar de cada capítulo, ven la serie en búsqueda de una iluminación final que aclare todo lo que ocurre en la isla, en sus mentes, en su vida espectacular. Ven la serie para ser entes superiores, los mejores de los consumidores posibles. Y así, llegó la season finale.