Mouse Guard: Otoño 1152, de David Petersen
La obra de David Petersen llama la atención, en primera estancia, por su candidez; a través de su dibujo naïf y colorista, siempre buscando ese tono de belleza acausal, retrata unos adorabilísimos ratones a los que no costaría adoptar como mascotas. Su singularidad radica es que estos ratones viven en un sistema feudal, similar al humano medieval, pero con las particularidades propias de ser animales diminutos. Para ellos todo cuanto se encuentra en la naturaleza, al estar en lo más bajo de la pirámide alimenticia, es un potencial peligro de muerte. Una pequeña nevada, la lluvia, un río, un grupo de cangrejos o una serpiente pueden ser peligros ineludibles o, incluso, una catástrofe cuasi apocalíptica capaz de exterminar regiones enteras en pocos días; lo bello, lo adorable, florece como contraste por la continua condición de catástrofe de su entorno. Y es que la problemática, al menos para estos ratones, es la escala.
Cuando se realiza una escala de una realidad dada no tienen porque surgir problemáticas nuevas, pues aunque hagamos algo más pequeño no deja de estar en consideración con su entorno. El problema de la escala es quizás más visible sólo cuando ejercemos sobre ella una mirada metafórica: no escalamos una medida dada sino que asumimos una escala diferente de un objeto dándole las características de otra escala. En el caso que nos ocupa esto sería, como ya hemos visto, hacer de los ratones una mímesis a escala de los seres humanos, humanizarlos para, así, poder abordar unas problemáticas que se amplifican en su escala mínima.