Una de las problemáticas particulares cuando se intenta capturar un momento del mundo es que somos incapaces de procurar una visión objetiva de esta captura como tal. A raíz de ello cualquier intento de cristalizar una imagen del mundo deviene necesariamente en una serie de decisiones ‑particularmente ideológicas, pero pueden ser también sentimentales, biológicas o de cualquier otra clase (y si de aquí excluímos las artísticas es porque le suponemos la pretensión de arte en sí al acto de la fotografía); Paul Virilio mediante- lo cual produce que toda mirada esté cargado de las impuerezas propias de una subjetividad que ve el mundo como quiere verlo y no como es en sí. Toda mirada está mediada por la mente de aquel que mira y no sería posible que no lo estuviera. Es por ello que, aun cuando la fotografía tiene un carácter artístico evidente, y aun cuando se pueda pretender objetiva en alguna forma, no es menos subjetiva que cualquier otra conformación artístico-cultural que se vea mediada por la relación de nuestros sentidos con el mundo. En tanto hay elección de como representar la realidad, esta no es objetiva.
La representación de la realidad entonces se nos presenta como una rara avis incosgnoscible que no podemos aprehender porque, necesariamente, estaríamos siempre dando nuestra visión del mundo al respecto del mismo. No caigamos en trampas de la representación ‑lo siento mucho, Schopenhauer. El mundo existe objetivamente, pues podemos percibirlo en toda su poliédrica complejidad, pero al intentar cristalizarlo en una mirada específica que elimine su diferencia y su repetición, que convierte la imagen-mundo en imagen-del-mundo, entonces extraemos el mundo de sí para entregarlo al campo de la pura representación. La fotografía en tanto arte es la captura y eliminación de lo que hay de sustancialmente objetivo en la realidad como tal; en tanto se elimina lo que hay de vivo en el mundo, la objetividad se marcha con él.