El diablo acecha siempre expectante para hacer un trato del que nunca seas el beneficiario, aunque el diablo también puede tomar la forma de un empresario sin escrúpulos. Esto lo sabe bien Brian de Palma y nos cuenta una nueva versión del cuento de Fausto en Phantom of the Paradise.
El compositor Winslow Leach llama la atención de Swan, un productor de una importante discográfica, el cual le roba su opera prima, Faust. Después de una trampa con la cual acabará en la cárcel conseguirá huir pero, tremendamente desfigurado, se convertirá en un remendó de el fantasma de la opera y firmará un siniestro contrato con Swan. Escribirá Winslow para él siempre y cuando cante su amor platónico, Phoenix. Claro que, nada es tan fácil como parece. Todo se trastoca en una especie de musical donde los odios, las venganzas, las intrigas y el amor se confunden y trastornan en búsqueda del éxito, del triunfo último y único de uno de los involucrados y la música sobre la que dan vueltas. Y en todo destaca, la música es soberbia, los momentos de slapstick y comedia son descacharrantes a la par que los dramáticos erizan los cabellos. Toda la historia se entrelaza en todo momento entre sí con requiebros continuos y naturales que se van enlazando entre sí. Pero si en algo destaca sobre lo demás, en su uso de los aspectos formales. Veamos una escena de ejemplo.