5 Dec., de Kashiwa Daisuke
Aunque para algunas pequeñas esferas de influencia sea esta una tragedia radical, la realidad es que lo que comúnmente se denomina como música clásica ha quedado relegado al uso y disfrute de ciertos sectores conservadores ‑o, en un sentido más amplio, ciertas disposiciones de necesidad más conservadoras- los cuales disfrutan esa clase de composiciones. Vistas por los más jóvenes como algo del pasado, parece que la música orquestal está deviniendo, definitivamente, en una marginalización evidente; la música clásica desconoce las claves para alcanzar un público nuevo, un público que está necesariamente alejado de sus convenciones de espíritu de élite. Por supuesto hay algunos músicos que han sabido como abordar esta problemática situación ‑por ejemplo podríamos hablar de la impresionante labor en las BSO’s de Ennio Morricone pero, yendo al otro lado del mundo, también podríamos hablar de Ryuichi Sakamoto- pero son una excepción para una norma que pinta funesta para la música que no tenga un discurso eminentemente contemporáneo. ¿Como se va a mantener el interés por una música que hunde su tradición en composiciones y formas de hace siglos cuando algo que siquiera llega a una década ya se le considera vintage? La apuesta de Kashiwa Daisuke sería, precisamente, derribar cualquier noción solipsista que impida caracterizar en un formato binario las realidades presentes de estos acontecimientos; hacer de la música un diálogo entre lo viejo y lo nuevo / lo culto y lo popular.
La base a través de la cual parte Kashiwa Daisuke es la de una música eminentemente orquestal ‑esencialmente piano, aun cuando en sus composiciones también brillan con luz propia los violines- la cual luego modifica sin compasiones a través de samplers, distorsiones y toda clase de jugueteos más propias de un dj que de un músico clásico. De éste modo va combinando lo mejor de ambos mundos para crear cataratas de sonido donde su tendencia eminentemente progresiva se va superponiendo sobre unos pianos difuminados que se ven como sombras tras espesas murallas de sonido; si lo orquestal es una suerte de espectro en la actualidad, hace de lo etéreo la condiquio sine qua non de su obra. Esto lo podemos presenciar en su más fastuosa celeridad en composiciones como Aqua Regia, seguramente el tema más contundente y redondo del disco, donde combina sin escrúpulos el glitch chirriante, un piano clásico y un teclado cargado de distorsión entre infinidad de capas y samplers de sonidos de agua. De éste modo hace una combinación terroríficamente sublime entre lo orgánico y lo digital, lo físico y lo etéreo, que conduce hacia esos estallidos de magia donde todo se confunde en una marisma de sutilidad implosionada. Consigue que tanto lo clásico como lo contemporáneo aniden juntos sin chirriar en su conjunto, haciéndose el amor con una pasión desbordante.