La lucha de clases es un anacronismo que ocurre de un modo tan evidente y acelerado en la contemporaneidad como en nuestro pasado más inmediato. Quizás hayan cambiado las clases, las formas de opresión y lucha además de las condiciones del campo de batalla pero lo que jamás acaba, es la guerra contra un discurso unitario, identitario y estandarizado. Por eso está bien rescatar siempre, con toda la fuerza posible, cuantas veces haga falta autores como Takiji Kobayashi aunque sea en una obra menor como El Camarada.
Su planteamiento es sencillo, una célula del ilegal partido comunista japonés se infiltra en la fábrica Kurata para instigar a los trabajadores temporales en pésimas condiciones hasta que, finalmente, cesa el trabajo temporal de la fábrica y con ello su batalla. Con una gran agilidad vamos saltando por la batalla de la mano de nuestro protagonista con una velocidad endiablada, siempre preocupados de que puedan capturar a algunos de los camaradas. El libro, lejos de lo pulido y bien trabajado de Kanikoshen, se nos despliega como un tosco ejercicio sin pulir; su prosa es tan abigarrada como expositivo son sus argumentos de como luchar contra el sistema. Lejos de la más relajada visión combativa aquí nos encontramos casi más un panfleto de como hacer la revolución que una historia en sí lo cual se debe, en gran medida, a ser una obra inacabada del autor. Nos deja intuir algunas pinceladas de una historia de amor entre dos camaradas y también algunos destellos de la pluma casi poética que nos hace vibrar con Kobayashi, pero todo eso queda sepultado ante su planteamiento compacto. Nos da una lectura agradable de los principios del combate contra el capital desde una historia y prosa que, sin duda alguna, necesitan de ver bien erosionadas sus incómodas aristas.
La muerte de Kobayashi fue una tragedia por muchos motivos pero, de forma particular, lo fue por no poder llegar a ver El Camarada en todo el esplendor que deja intuir. Como un diamante en bruto sólo el trabajo continuo puede extraer todo lo que hay de potencialmente glorioso tanto en la revolución como en El Camarada. Y es que, si dejamos en algún momento de luchar o si quiera de pensar que la batalla ha acabado, es entonces cuando habremos caído derrotados ante la hegemonía de un poder más grande que el destino.