Ninguna palabra es inocente por sí misma. Cada vez que elegimos utilizar una palabra en detrimento de otra estamos ejerciendo un acto de poder, un acto que tiene consecuencias políticas: no es lo mismo decir que los jóvenes se van del país buscando «experiencias» que «porvenir». Cuando decimos que buscan «experiencia» decimos que están insatisfechos con la situación actual del país, pero que están abiertos a explorar nuevas posibilidades como un acto placentero y propio de la juventud; cuando decimos que buscan «porvenir» decimos que están insatisfechos con la situación actual del país, pero que su única opción es emigrar o no poder tener una vida en absoluto. Al elegir las palabras no sólo estamos diciendo lo que esa palabra significa en primer grado, sino que también estamos comunicando una serie de significados secundarios configurados a partir de nuestra particular visión del mundo. Nada de lo que decimos es inocente, apolítico, carente de consecuencias, porque toda palabra significa algo más que una mera transmisión de información vacía. Todo acto de comunicación está cargado de ideología.
Imaginemos una historia. Un joven de familia humilde, estudiante de una importante universidad privada de un reino europeo, es arrestado un día acusado de un presunto delito de falsedad, estafa y usurpación de identidad. Él, por su parte, afirma haber colaborado con el CNI, con la Casa Real, con la Vicepresidencia del gobierno. Aunque no existe prueba alguna de que eso sea verdad, salvo algunas fotos donde aparece con algunos mandatarios o personas próximas de ellos —en contextos, por lo demás, ajenos a lo privado: podría haberlos abordado sin guardar relación personal o profesional alguna, podrían ser selfies improvisados, ya que no son seres supraterrenales inaccesibles para el común de los mortales — , acaba siendo utilizado como material político, tanto en el ámbito periodístico como en el parlamentario, para abordar los evidentes problemas de corrupción que tiene el reino. Y, a pesar de que la ausencia de pruebas es clamorosa y las contradicciones del joven son bochornosas, se le sigue utilizando como arma arrojadiza en el juego de poderes.