Tokyo Tribe, la última película de Sion Sono hasta el momento, se aproxima peligrosamente al territorio del Takashi Miike más lisérgico para colocar a Shōta Sometani —22 años, casado con Rinko Kikuchi y el actor más prometedor de su generación; sólo podía pasar en Japón— haciendo de trovador en la historia cyberpunk/hip-hop del origen de una nueva comunidad. ¿Cómo se da ese origen? A través de la complicidad, los cuidados mutuos y la colonización del espacio público como lugar de socialización horizontal. En suma, la película se articula como una oda contra el sistema capitalista tal y como lo conocemos. Todo ello sin convertirse en un panfleto sociopolítico, defendiendo siempre su condición primaria de objeto artístico; no compromete su forma en favor del contenido, porque la una contiene lo otro.
Su montaje, jugando con las premisas musicales del género que aborda, con tendencia al uso del plano secuencia y el corte abrupto, nos regala un musical que no es tal, que no teme enfangarse en temas más complejos de lo que, a priori, podría presentar una película, sólo en apariencia, dirigida hacia un público juvenil. No es una película sobre hip-hop, sino una película de hip-hop: no habla sobre el género, sino que explora el mundo desde él.