Si algo tiene la cultura pop de nuestro tiempo es la completa despreocupación por pretenderse cognoscible en primera instancia, precisamente sabedora de que lo realmente popular es aquello que parte de los márgenes de la cultura: todo aquello que se hace 「pop」ular ha sobrevivido hasta el momento de llegar allí a través del nicho que se ha encargado de encumbrarlo. No existe producto pre-fabricado que persista sin una perpetua re-fabricación. Por eso los auténticos adalides de la cultura pop, aquellos que duran años sino décadas entre nosotros, primero nacen como un guiño hacia aquello que se conoce de forma profunda; si un artefacto cultural cualquiera contiene dentro de sí una visión auténtica, una prodigiosa capacidad de síntesis de verdades profundas, una posibilidad de comprender aquello que ni siquiera se sabía ignorado, entonces nos sabemos ante la posibilidad de su universalidad. Por eso cualquier artefacto auténtico es, en sí mismo y por necesidad, materia posible de acabar radicando como cultura pop del ahora, siempre y cuando sepa hibridar dentro de sí las formas particulares que ésta desarrolla en la sociedad —o, en el más excepcional de los casos, que éste cree su propia nueva condición fáctica de Lo Pop.
Aunque Borderlands es una saga que nace ya sumergida en la marmita de lo popular, tampoco le acompleja ser, en su sentido profundo, una pieza de orfebrería engarzada por un conocimiento que nace de los principios más fuera de foco posible: los juegos de rol —con especial hincapié en el math porn, esa capacidad única de algunos sistemas de juego para complicarse hasta el uso de calculadoras y tres millones de tablas de referencia — , la categoría III hong-kongnesa y el cartoon como mecanismo corrosivo. Por eso, incluso cuando calificar que su llegada desde lo pop parte de lo underground es, en el mejor de los casos, atrevido, no contraría la realidad de su trayectoria; aunque se le respete por pop, su popeidad nace de sus elementos regidores; Gearbox Software no rinden tributo al pasado, sino que crean sus propias condiciones operativas de popeidad.