Shamo, de Pou-Soi Cheang
En la era de lo políticamente correcto declararse anti-humanista es un crimen contra la moral, el mas humano es el monstruo que lucha por sus derechos despojados por una sociedad que se escuda en una falsa moral utilitarista; el humanismo se fundamenta en la antítesis de lo que es auténticamente humano: el generar una verdad de la existencia absoluta, pulcra en su absoluto cerrarse al posible cambio, produciendo que todo discurso se contamine del feroz desprecio hacia la existencia propio del humanismo. El auténtico héroe es el super-hombre, el hombre nietzschiano, aquel que elige sobre su propia muerte la acción para llegar a hacerse a sí mismo un sentido para su existencia medido conforme los límites de sus capacidades y aquellos deseos a los cuales aspira. Es en este sentido donde Ryo Narushima se erige como héroe imperturbable, luchador incansable por el sentido de su propio ser, en tanto como gallo de combate decide vivir su vida como quiere con lo que le ha sido dado: si el mundo decide recibirle a golpes, él los devolverá todos para conseguir abrirse paso hasta su gloria personal.
Shamo, adaptación al cine del manga homónimo, nos presenta a Ryo Narushima, un estudiante modélico y pacifico que, en una mañana perfectamente normal de un día asquerosamente cotidiano, asesina a sangre fría y sin razón a sus padres delante de su hermana pequeña —si es que vivir en una sociedad enferma, alienante hasta su extremo más abyecto, no es una razón en sí misma. En prisión, durante dos años, será continuamente agredido, física, psicológica y sexualmente hasta que un día de mano de Kenji Kurokawa, un maestro de karate seguidor de Yukio Mishima que cree en los valores tradicionales de Japón, aprende karate consiguiendo así con sus manos el respeto que exige a los demás; ante la ausencia de todo lenguaje natural, o un uso efectivo de éste como mediador de algo, hace uso de su físico como canalizador uso de sus deseos; hace de su cuerpo el lenguaje violento de su ser. Y es precisamente ahí, en el canalizar el lenguaje expresivo del cuerpo a través del karate —lo cual incluye el hecho de aprenderlo, la condición de meticulosamente reconocer cada gesto como parte esencial de una comunicación posible entre iguales — , donde encuentra la posibilidad de hacerse entender en el mundo donde ha sido arrojado. Su cuerpo, como parte esencial de su ser, extiende su palabra en forma de puño hacia el mundo.
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