El espectador, entendiendo como tal todo aquel que dirime lo que existe en el mundo a través de sus sentidos, se encuentra siempre ante un callejón sin salida: o cree ciegamente en algún punto que algo es verdad o el escepticismo le llevará a la absoluta negación de toda existencia. En el primer caso, el aparentemente más sencillo, nos insta a tener que creer que no todo puede ser mentira; que hay una verdad ineludible ante la cual podemos postrarnos para así conocer el mundo. Si Descartes abogaría por una duda metódica en la cual acabaría por dilucidar que Dios es mi aval para conocer la realidad como un todo coherente en el cine, hijo bastardo de la realidad, el avalador no podría ser alguien con peor intención posible con respecto al espectador: el director.
En Audition, el demiurgo Takashi Miike, presenciamos a través de los ojos de Shigeharu Aoyama, un hombre viudo de mediana edad, el intento de rehacer su vida con una nueva mujer. Debido a su edad prefiere no perder el tiempo e ir sobre seguro, montará un casting falso para una película con la intención de conocer a la candidata ideal a la cual cortejar y hacer su esposa. La siniestra Asami Yamazaki será la elegida, la cual poco a poco irá descubriendo que esconde algo más allá, quizás literalmente.