Etiqueta: Suehiro Maruo

  • en la naturaleza el horror, en la civilización la debilidad

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    En el in­fi­ni­to el des­arrai­ga­do es el rey de una reali­dad muer­ta pa­ra el hom­bre. Así es que Midori, la ni­ña de las ca­me­lias, co­no­ce co­mo la vi­da se tor­na do­lor cuan­do es­tá o de­ma­sia­do le­jos o de­ma­sia­do cer­ca de los de­más. Sí el in­fierno es los otros, la na­tu­ra­le­za mol­dea las pe­sa­di­llas in­fer­na­les que son las vi­das de quie­nes las pa­de­cen. O eso nos mues­tra Suehiro Maruo en su per­tur­ba­dor El Increible Show de fe­nó­me­nos del Sr. Arashi.

    En un cir­co de freaks sin es­crú­pu­los ni mo­ral se si­túa Midori, una ni­ña per­di­da en una ex­cur­sión de su co­le­gio a la cual re­tie­nen los freaks. Todo es una si­tua­ción de abe­rran­tes mo­men­tos de ena­je­na­da y do­lo­ro­sa ilu­mi­na­ción en la si­tua­ción de Midori que so­lo va em­peo­ran­do ca­da vez más. Las ve­ja­cio­nes fí­si­cas y se­xua­les son una cons­tan­te en un lu­gar don­de to­da mo­ral es re­le­ga­da a la me­ra anéc­do­ta. En la na­tu­ra­le­za, fue­ra de la po­lis, no fun­cio­nan los va­lo­res hu­ma­nos, so­lo el ani­mal, el más fuer­te, es el que crea las or­de­nes. Así en la tie­rra atroz sal­pi­ca­da de la san­gre de la ne­ce­si­dad una vio­la­ción es un ac­to de amor tan­to co­mo de po­se­sión. Al me­nos has­ta la lle­ga­da de Masamitsu el Genio Embotellado. Entonces el de­li­mi­ta des­de el éxi­to de su bo­te­lla los pre­fec­tos que re­gi­rán el buen fun­cio­na­mien­to del cir­co. La lle­ga­da del es­ta­do en for­ma de enano tra­ba­ja­dor y de ac­ti­tud dic­ta­to­rial cu­yos de­seos de­ben ser or­de­nes traen la pros­pe­ri­dad y el or­den al lu­gar. Al me­nos has­ta que los ins­tin­tos sal­va­jes co­mo el amor, el odio o los ce­los, se des­plie­gan en irra­cio­nal ma­jes­tuo­si­dad lle­van­do to­do al fin úni­co po­si­ble de la so­cie­dad de los mons­truos. No im­por­ta na­da más allá de la na­tu­ra­le­za, un caos que siem­pre aca­ba por ga­nar una ba­ta­lla que tie­ne ga­na­da des­de nues­tra mis­ma evo­lu­ción. Y con es­to, al fi­nal, Midori so­lo es un pun­to en la na­da más ab­so­lu­ta que es el cos­mos infinito.

    La vi­da de Midori es un in­fierno con­ti­nuo dis­fra­za­do de fal­sas es­pe­ran­zas y va­nos mo­men­tos de fe­li­ci­dad. Sin em­bar­go lo es so­lo por su in­ca­pa­ci­dad pa­ra lu­char, por de­jar­se arras­trar una y otra vez en un pen­sa­mien­to dé­bil que es­pe­ra ver co­mo to­do se le re­ga­la. Midori fra­ca­sa por­que la mo­ral dé­bil la arro­ja a las fau­ces de la na­tu­ra­le­za des­bo­ca­da. En el agri­dul­ce fi­nal so­lo nos que­da bai­lar en­tre las rui­nas de la moral.

  • apuntes sobre la belleza

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    Para quien quie­ra ver más allá es ob­vio que la be­lle­za tie­ne in­nu­me­ra­bles for­mas, a ve­ces es­tas for­mas se re­tuer­cen y mez­clan en­tre si pa­ra dar for­ma a un nue­vo ti­po de be­lle­za. Tenemos aquí un ejem­plo en la obra de Suehiro Maruo y en un re­gis­tro li­ge­ra­men­te di­fe­ren­te al su­yo ha­bi­tual en La Extraña Historia de la Isla Panorama.

    Esta obra, adap­ta­ción de una obra de Edogawa Rampo, nos na­rra co­mo un es­cri­tor po­bre y so­ña­dor es­cri­be so­bre su pa­raí­so ideal el cual ve la po­si­bi­li­dad de cons­truir cuan­do un an­ti­guo com­pa­ñe­ro de su in­fan­cia y ri­co mag­na­te, idén­ti­co en as­pec­to a el, mue­re sú­bi­ta­men­te. Con la de­ter­mi­na­ción de ha­cer­se pa­sar por el la his­to­ria nos na­rra la crea­ción de es­te pa­raí­so lla­ma­do Isla Panorama.

    En con­tra de otras obras del au­tor, aquí la vio­len­cia ape­nas ha­ce ac­to de pre­sen­cia. Todo lo que per­fi­la es har­mo­nio­so gra­cias a unos fi­nos tra­zos mar­ca del au­tor, la in­quie­tud sur­ge en lo per­fec­to de la mis­ma is­la, una is­la si­mé­tri­ca que jue­ga con la pers­pec­ti­va y que des­de lo más al­to se ha­ce ver co­mo una flor. Junto a es­to en­con­tra­mos flo­ra y fau­na exó­ti­ca, re­crea­cio­nes de es­cul­tu­ras, edi­fi­cios y pa­sa­jes po­si­bles e im­po­si­bles de to­dos los tiem­pos y los más be­llos nú­bi­les y nin­fas pa­ra con­for­mar el pa­raí­so en la tie­rra. En es­ta oca­sión so­lo lo exó­ti­co y la de­pra­va­ción de un de­seo hu­mano des­ata­do es el te­rror que ani­da en la obra de Maruo. Un pa­raí­so de be­lle­za, ero­tis­mo y to­da cla­se de excesos.

    Finalmente, en­tre to­da la be­lle­za, en­con­tra­mos una re­crea­ción de La Isla de los Muertos de Böcklin en una llu­via de san­gre. Ya que el pa­raí­so no es pa­ra los mor­ta­les su des­tino ul­ti­mo es la re­den­ción, pues quien quie­ra vi­vir en el pa­raí­so an­tes ha­brá de em­pa­par el sue­lo ba­jo sus pies con su sangre.

  • Declaración de intenciones: lo antiguo y lo moderno. Sobre shin-eimei28shuuku

    En 1988 dos au­to­res de man­ga, Suehiro Maruo y Kazuichi Hanawa, pu­bli­ca­ron un li­bro de ilus­tra­cio­nes de muzan‑e —una for­ma de ukiyo‑e de fi­lia­ción te­má­ti­ca más pró­xi­ma al go­re que a la re­pre­sen­ta­ción del mun­do flo­tan­te— don­de la be­lle­za su­til de los días se ve sus­ti­tui­da por la vio­len­cia ex­tre­ma de eje­cu­cio­nes y tor­tu­ras. Como si lo real só­lo pu­die­ra co­di­fi­car­se a tra­vés de ac­tos san­grien­tos. Para ello re­pre­sen­tan 28 es­ce­nas de ase­si­na­tos ins­pi­ra­dos en la ma­ca­bra obra de Yoshitoshi, el pri­mer au­tor de muzan‑e del cual es­te li­bro es un ho­me­na­je. O un re­ma­ke.

    Ahora bien, ac­tua­li­zar siem­pre im­pli­ca ha­cer un via­je de ida y vuel­ta, ir al pa­sa­do pa­ra pro­yec­tar­se en el fu­tu­ro. Carece de sen­ti­do co­piar al­go del pa­sa­do sin apor­tar al­go nue­vo. Por ello sal­pi­can su obra de as­pec­tos cul­tu­ra­les mo­der­nos, co­mo el sui­ci­dio de Adolf Hitler y Eva Brown o una re-interpretación del fi­nal de Caperucita Roja, con la in­ten­ción de apor­tar al­go que Yoshitoshi to­da­vía no po­día co­no­cer: el con­flic­to en­tre la cul­tu­ra clá­si­ca ja­po­ne­sa y la in­tro­mi­sión que su­po­ne la cul­tu­ra eu­ro­pea en su de­sa­rro­llo. En ese cho­que ra­di­cal Maruo y Hanawa di­suel­ven la dis­tan­cia, ha­cien­do que lo an­ti­guo se vo­la­ti­li­ce en lo mo­derno co­mo lo oc­ci­den­tal lo ha­ce en lo orien­tal. Asumen que Japón ya no es el mis­mo, que ya no pue­de en­ten­der­se sin la ra­di­cal in­fluen­cia oc­ci­den­tal, y ac­túan en con­se­cuen­cia. De ahí la ne­ce­si­dad de ac­tua­li­zar su obra.

    Todo tie­ne sen­ti­do en su con­tex­to. Y en oca­sio­nes, pa­ra apre­ciar el va­lor de una obra es ne­ce­sa­rio re­crear su con­tex­to. Ese es el ca­so del muzan‑e, que gra­cias al tra­ba­jo de Maruo y Hanawa vuel­ve a co­brar sen­ti­do al traer­lo al con­tex­to de nues­tras con­ven­cio­nes. Bon ape­tit.