Fallen, de Burzum
Es común que con el paso del tiempo las personas acaben por sufrir un punto de inflexión ante el cual, lejos de superarse con nuevas y mejores ideas, decaen en una extenuante repetición de los mismos valores. Esto es especialmente acuciante en el mundo de la música en el cual géneros enteros se estancan hasta morir lánguidamente a causa de la muerte de la creatividad de sus interpretes. Por fortuna el black metal sobrevive cada uno de estos embates y, en esta ocasión, de su seno surge el nuevo trabajo de Burzum: Fallen.
El característico sonido de Burzum se asoma con cierta timidez haciendo más hincapié en la contundencia propia del norwegian black metal; por vez primera se acerca, incluso demasiado, a los campos de Taake. Las guitarras gélidas sólo se ven refrenadas ante los marasmos ejecutados por los bajos y algunos cantos susurrados, de espíritu litúrgico, que empastan el conjunto en un todo denso y profundo. Así nos encontramos un vacío desolado, una caída fulgurante entre las guitarras, afiladas como cuchillos, y la batería, los infinitos golpes que sufre en este trayecto descendiente. La virulencia que se desata en Fallen era aun prácticamente desconocida en una obra de Burzum —aunque no absolutamente, ya que en Philosophem sería posible rastrear ya algunos de éstos principios. Este sonido crudo, encarnado y herido, sabe coger lo mejor del norwegian black metal y le impone su impronta personal para hacer uno de los discos clásicos —y clásico porque se construye como tal, incluso cuando su tiempo no se defina en el proceso de «ser clásico»— más cotundentemente bellos que haya conocido el género. Pero no sólo es un certero rescate de la impronta propia del género, su núcleo duro invariable, también es una vuelta hacia las nociones de base del género: la actitud ritualista de la música.