Si la sociedad es un mal negativo de la misma condición humana la televisión es un tróspido reflejo de esa misma sociedad. Así no debería extrañarnos que el programa más habitual en la televisión sea Sálvame y sus refritos y copias: el español medio es, en sus términos más oscuros, un mal pícaro que gusta de inmiscuirse en la vida ajena. Por eso nadie le extraña que el el corre ve y dile y la crueldad hacia el otro sea uno de los deportes más practicados en televisión. Y de eso trata Mama es boba de Santiago Lorenzo, pero antes permítanme contarles una historia local.
Hará unos diez años en una tv local durante la madrugada se emitían programas de llama y gana pero, lejos de los objetos sexuales que se hacen llamar presentadores de ahora, su presentador, Oscar Vidal, era un hombre menudo, calvo y bastante ridículo para los cánones comunes. Su descubrimiento por parte de los ciudadanos de la ciudad llevó, progresivamente, a crear una nueva afición tan absurda como patética: llamar para insultar al presentador. Los más variados insultos volaban allí, desde mentar a su desconocida madre hasta el clásico insultar su alopecia, los más atrevidos mareaban la perdiz para acabar en una airada profusión de insultos cuando el presentador bajaba la guardia. Lentamente su popularidad fue en aumento y, más aun, después de acabar llorando en directo después de las continuadas vejaciones verbales que sufría de diario en su propio puesto de trabajo. Siempre volvía, jamás dejaba pasar un día sin su presencia, una semana sin un nuevo insulto; él era El Calvo Cabrón. Finalmente, un día desapareció sin dejar rastro y nada más se supo de él; se convirtió en leyenda. Y viendo Mama es boba cualquiera diría que Santiago Lorenzo quiso hacer un homenaje de este peculiar personaje interactivo pre-youtube, del pionero del bullying digital.