The Cabin in the Woods, de Drew Goddard
Toda creación artística se basa en la decisión del autor de las posibilidades a través de las cuales creará un mundo posible que siempre es potencialmente infinito e inclusivo pero, que por la propia materialidad del autor, redunda en la necesidad de construirse a través de sus propios límites; un mundo imaginado siempre conoce los límites de la imaginación (materialidad-mente) y los límites del tiempo (materialidad-tiempo) produciendo así que lo potencialmente infinito se torne en un espacio finito en sí mismo. Es por eso que Drew Goddard y Joss Whedon se sientan identificados en las figuras de los científicos protagonistas, auténtico motor regidor de toda la película —al menos si consideramos que, de hecho, el texto fundacional de la película es su propio metatexto — , que dan vida al inmenso ritual que es The Cabin in the Woods metafórica y literalmente: ellos son los perpetradores de una masacre que se proyecta hacia un público que conoce y espera una determinada coreografía ritualística en la cual pueden jugar siempre y cuando cumplan las reglas básicas que se han impuesto en el proceso.
Todo ritual, lo cual incluye la creación de cualquier clase de ficción en la cual se incluye el cine, tiene la pretensión de conseguir unos efectos determinados sobre unas fuerzas indeterminadas más allá del entendimiento a las cuales agradar lo suficiente para conseguir sus favores, por lo cual es natural que los rituales se estandaricen y sólo se vayan variando en la medida de la necesidad del propio autor por variar su forma. El ritual es siempre una forma de satisfacer un ser superior, sea un primigenio sea un espectador. A partir de esa premisa lo que hacen los científicos de la película, como de hecho hacen el propio Goddard y Whedon, es experimentar los límites de la posibilidad a través de la inclusión de una sustancial cantidad de indeterminación —o lo que es lo mismo, la posibilidad de que las cosas ocurran de un modo sensiblemente diferente más allá de lo estrictamente necesaria— en forma de elección por parte del objeto de su ritual: los personajes tienen vida en sí mismos, independientemente de lo que los autores decidan por ellos —aun cuando, efectivamente, estos pueden manipularlos hasta el punto de que actúen de un modo impropio de su propio carácter para que el ritual salga bien.