Dark Shadows, de Tim Burton
Traer a aquel que se le suponía muerto hace ya demasiado tiempo para que vuelva a deleitar las anodinas vidas de los vivos puede ser un ejercicio tan traumático para ambas partes como beneficioso si saben adaptarse ambos a las dinámicas enrarecidas que suponen el choque de contextos dispares; la construcción de la disparidad en el choque de diferentes formas temporales que puede dar lugar en igual medida a un efecto catártico que a un efecto de distorsión de todo sentido: la adaptación de las diferentes formas temporales entre sí determinará la posibilidad de su actualización. Es por ello que si pretendemos que cualquier forma cultural que bebe de otra forma cultural anterior salga indemne de esta mezcla, ambas tendrán que adaptarse y claudicar antes las peculiaridades de la otra para así construir un discurso coherente común a través del cual transitar por el presente.
La confrontación que hace Dark Shadows con su pasado es evidente en tanto no deja de ser una revisitación de la popular soap opera homónima —o al menos popular en el mundo anglosajón, pues nunca ha sido emitida en nuestro país — , lo cual le obliga precisamente a tratar con el carácter doble de su representación: debe ser satisfactoria para el fan irredento que espera ver el espíritu inmaculado de la original en él pero también construir un sentido por sí misma para aquel que no esté familiarizado con la serie original. Lo más interesante no es ya tanto que salga indemne de esta relación prohibida que parece dirimirse necesariamente en la destrucción de alguno de los dos sentidos requeridos, el del pasado (de los fans) o el del presente (de los espectadores), sino que además consigue enlazar un nuevo sentido a partir de crear un contexto homogéneo común: el imaginario de Tim Burton. Cuando Burton se pone ante la película no sólo coge de aquí y allí lo que más le conviene, no sólo clarifica y expone un argumento —de forma torpe y tosca en ocasiones, por otra parte — , sino que también añade un discurso estético muy bien explicitado dentro de su propio imaginario que, por exagerado y tendente hacia el absurdo, casa bien con la lógica extrema de la primera soap opera con un protagonista vampírico capaz de viajar en el tiempo.