Durante toda la historia de la humanidad el infierno ha tenido la más variopinta de las formas, colores y situaciones. Si los cristianos creían en un infierno de fuego y azufre que acabaría variando en Dante con nueve círculos diferenciados para los diferentes pecados también hemos visto infiernos helados o, incluso, infiernos que no son más que nuestro mundo. En este sentido tenemos esa metáfora de Sartre en A Puerta Cerrada en el que el infierno es los otros. Pero los japoneses nos dieron la concepción más cruel, el Bullet Hell, juegos donde con nuestra nave debemos esquivar una cantidad obscena de balas al mismo tiempo. Y su última iteración en el XBLA Indie es Vorpal.
En un futuro lejano hombres y maquinas se han fusionado en un único ente sin perder jamás el ansia de lucha de los hombres, se dedican a matarse entre si como hasta ahora pero a escala mayor. Cuando alguien roba la reliquia conocida como Libram of Arcana para crear la Vorpal Blade los mejores guerreros van en su búsqueda para reclamarla para sí. Con esta escusa argumental nos sumergimos en un interesante shooter que sigue paso por paso las coordenadas del bullet hell; ritmo frenético, miles de balas en la pantalla y cambios en los patrones de ataque del enemigo según vemos decaer su vida. Con una música techno con cierta inspiración entre Ken Ishii y los 8‑bits machacamos el botón de disparo mientras esquivamos auténticas miriadas de balas esperando el momento oportuno en que carguemos los niveles de stress lo suficiente para descargarlo en un ataque prolongado pero letal. Quizás su único problema es que peca de una extrema sencillez, en ningún momento nos exigirá tener una gran habilidad, sólo aprendernos bien el patrón y procurar no estar distraídos en momento alguno. Pero su estética amable, en blanco, negro y rojo que nos recuerda a un estilo anime que bebe de Amano, su música que nos induce a estar siempre al máximo de intensidad y su jugabilidad amable hacen que sea un juego perfecto para aquellos que quieran iniciarse con un bullet hell. Y, además, cuesta sólo un euro.
El mundo cambio, el tiempo apremia e incluso el infierno se convierte en algo sencillo para todos los públicos que pueda catar una mayoría de gente. Aun con todo el infierno siempre será infierno sea más duro o más sencillo y por ello, encantador. La sensación de esquivar miles de balas con una coordinación exquisita, casi como un majestuoso baile, siempre aliviará esa sensación de perdida de la genuinidad; la perdida de la necesidad del virtuosismo.