No es fácil ni demasiado sensato intentar centralizar en una sola entidad diferentes entidades con sus diferentes personalidades. Por ello cuando el jefe de la banda más poderosa de Nueva York, Cyrus, decide unificar a todas las bandas de la ciudad en un único bloque y hace una reunión multitudinaria para hacerlo, acaban pegándole un tiro. Y como siempre, nadie se responsabiliza y se acusa al tonto del pueblo, en este caso, a The Warriors.
Esta peculiar película de culto dirigida por el ecléctico Walter Hill es un remiendo contemporaneo y absurdo de la Anábasis de Jenofonte. Los Warriors escapan desde el Bronx hasta su hogar situado en Coney Island, teniendo antes que pasar por los territorios de cuantiosas bandas que van en su búsqueda para cobrar la recompensa por sus cabezas. Así un ejercito tiene que ir en búsqueda del mar enfrentándose por el camino con innumerables enemigos o aliados que se tornan en hostiles rivales. El problema es que donde los mercenarios griegos eran valientes, honorables e inteligentes los Warriors son poco menos que imbeciles desarrapados cuyas ideas de bombero les llevan a correr eternamente por el filo de la navaja. Su tendencia a separarse o irse con la primera persona que se encuentren les conduce a sus problemas que, lejos de su solucionarse por su habilidad o inteligencia, se solucionan por su descomunal suerte. Solo consiguen sobrevivir gracias a la pura suerte contra un ejercito dirigido por la voz de dios, representado en la voz del locutor de radio que insta a conseguir la cabeza de los Warriors. El hombre luchando contra los dioses sale, finalmente, victorioso porque el destino decide que son inocentes, que los dioses se dan cuenta de su error y perciben quien fue el que de verdad merecía ser castigado. Aunque sea a destiempo, mal, atropellada e injustificadamente.
Muy lejos de ser como el ejercito ordenado, pulcro y valiente que nos describe Jenofonte los Warriors son luchadores arrabaleros. Son desgraciados que se mueven entre la pura subnormalidad y la ligera estupidez por un destino que ya ha decidido de ante mano darles la victoria. Pervirtiendo esa pseudo-cultura que es el refranero español, la suerte del trash, el mainstream la desea.