¿Merece el ser humano seguir existiendo después de Auschwitz? Una lectura metaforista de El quinto elemento
El quinto elemento, de Luc Besson
Aunque sea ya un lugar común al cual acudir cuando se habla de ciencia ficción, no deja de ser verdad que ésta no nos habla tanto del futuro de nuestra especie tanto como de nuestro presente más inmediato; a través de la fabulación, la mirada hacia el futuro posible nos sirve para resaltar y hacer más obvias las problemáticas propias de nuestro presente. Esto, a su vez, nos arroja dentro de una problemática aun mayor: toda ficción es siempre tanto un estar aquí (estar en nuestro presente, explicando lo que nos sucede) como un ir más allá del aquí (pues crea una significación propia personal: es también un mundo posible ajeno al nuestro). He ahí el interés radical que suscita en nosotros la ficción, pues siempre es una fuerza que nos permite superar nuestra realidad actual pero siempre permaneciendo en ésta.
En el caso de la onírica El quinto elemento este doble juego del ser propio de la película se dirime, precisamente, en las propias influencias de Luc Besson, el cual hereda tanto la estética como las inquietudes de la revista Heavy Metal. Es por ello que el mundo que crea a partir del rítmico devenir que sostiene a lo largo de la película se circunscribe dentro de un todo mayor que nos resulta profundamente familiar, pues todo cuanto desfila ante nuestra pantalla nos resulta familiar en tanto alude de forma constante hacia unos cánones anteriores; la película no deviene en universo por sí misma, es un universo con entidad propia porque, de hecho, hay referentes histórico-estéticos con los que comulga y conecta formando un mundo posible común. Como un universo propio que sobrepasa lo real actual, que deviene en su propia realidad, podríamos conjurar decenas de historias posibles de Heavy Metal como historias subsidiarias que ocurren en el mismo universo de la película pero en otro tiempo que complementan, a su vez, el metarelato al cual pertenece por sí misma. El interés capital que tiene como universo propio conectado, con el presente, con una historiografía real (nuestra) e imaginaria (de ellos) —considerando siempre que estos papeles se invertirían si de esto hablaran los personajes de ese otro mundo; si el padre Vito Cornelius estuviera escribiendo esto diría que nuestra realidad es lo imaginario mientras la suya es la real; toda realidad es dependiente del punto de vista interno — , es precisamente que, a pesar de aludir a hechos del presente, es también autónoma por sí misma: no necesita de nuestra realidad para existir.