Críticas sin perspectiva, interpretaciones sin auto-crítica. Sobre «Sleeping Beauty» de Julia Leigh
Los cuentos infantiles de siglos pasados, incluso adaptación mediante, contienen significación tal que hoy nos resulta incómodo pensarlos desde una perspectiva crítica. O debería resultarnos. Pensar cualquiera de estos cuentos sin asomarnos al abismo que suponen aquellos pequeños detalles que hacen su lectura incómoda es difícil, o imposible: su violenta sexualidad, su sexualidad contradictoria, su contradictorio mensaje, son aspectos indisociables a su subtexto. No se pueden mirar con ojos inocentes. Tanto así que, cualquier revisitación de los clásicos, renunciando a la reinvención posmoderna, siempre pesa la mirada enjuiciadora que hacemos sobre aquello que sabemos inapropiado no por fruto de su tiempo —Tom Sawyer puede llamar nigger a los negros, pero no por ello es censurable: retrata (para mal) a los blancos, no a los negros — , sino porque nos devuelve ecos del nuestro.
¿Por qué nos resulta inconcebible una versión contemporánea de «La bella durmiente», como si fuera imposible actualizarlo, como si deseamos quedarnos anidando en él? No porque queramos mantener puro su mensaje, sino porque queremos olvidarlo. El cuento ha dejado de ser universalmente coherente —que no por ello universal: la versión de Disney sigue siendo canónica entre infantes, además de aparecer con asiduidad entre las recopilaciones de cuentos infantiles; aunque de infantil no tenga nada— en tanto contaminado bajo el foco de la sospecha, la mirada enjuiciadora. Su visión poco favorecedora de lo femenino, incluso cuando hemos pasado de la violación de la durmiente al beso robado, se hace evidente; la mujer no es sujeto sino objeto de la historia. Aunque si bien podría juzgarse en los mismos términos Sleeping Beauty, toma el cuento desde para cambiar de ángulo los acontecimientos: una muchacha durmiendo mientras príncipes —o adinerados vejestorios de cuitas principescas, poca diferencia— se acurrucan a su lado; no queda ya despertar: el sistema se erige sobre su sueño; no hay interés alguno en despertarla, en hacerla princesa. Ahí está el giro contemporáneo, el giro político.