En cuerpo y en otro. Sobre «Dressed to Kill» de Brian de Palma
No todo es sexo, aunque nos guste creer lo contrario. Aunque desde Sigmund Freud se han magnificado en exceso las atribuciones de lo sexual, la realidad es que es algo que puede ser interpretado como reflejo, pero no motor, de la vida; sirven como metáfora o muestra, pero no todos nuestros problemas derivan por necesidad en o de lo sexual. No somos tan previsibles. Incluso cuando somos previsibles, siempre subyace un problema de identidad, de ego, más próximo hacia problemáticas ontológicas, por ello existenciales, que meramente aquello que pudiéramos reducir de forma más conveniente al sexo. Que todos los problemas sean sexuales, es una reducción cómoda. Si toda causa o manifestación es sexual, es fácil jugar a los detectives con la mente. Como pocas cosas hay más complejas que la mente humana, el parámetro sexual está sobredimensionado en importancia aunque no por ello carente de ella.
Hablar de Dressed to Kill es hablar de su alma bífida, de su pretensión siamesa por aquello de ser dos en un cuerpo. En su sentido más evidente, por aquello que tiene de aunar dos tradiciones antitéticas dentro de sí, es imposible negarle su condición de giallo apócrifo sólo tanto como lo sería hacerlo con su condición de thriller hitchcockiano. Del giallo rescata los colores, lo onírico como parte de lo real, el asesino fantasmático que parece nacido del puro orden sobrenatural; del thriller hitchcockiano el pulso narrativo, la angustia del doppelgänger, la ironía tamizada por lo grotesco de la vida diaria. Ambos, sexuales. Sexuales de un modo extraño e impúdico, heredero de ambas vertientes para hacer algo que le es ya sólo propio. Bebe de ambas tradiciones desde aquello común, unificándolo según una visión propia que sólo podía nacer de la mente de Brian de Palma, para, con ello, argüir desde allí las conexiones entre ambos mundos.