Foribus. Un relato de Andrés Abel
Acaricias tu propio brazo animándolo a recordar el calor de fuera. El portal del edificio siempre ha sido fresco, pero hoy la diferencia de temperatura ha hecho que se te ponga la piel de gallina. La puerta de la calle se cierra detrás de ti mientras pruebas el siguiente interruptor. Tampoco funciona. Emites un chasquido con la lengua y maldices en voz baja. Las noches son más cortas en verano, pero no menos oscuras.
Las formas que conoces se van definiendo, negro sobre gris, a medida que avanzas en dirección al ascensor. Enseguida te percatas de que está abierto, con la cabina apagada. Te metes dentro de todos modos. Ahora es el panel digital el que recibe la caricia de tu mano. Nada. Una nueva maldición. Antes de dirigirte a las escaleras echas un último vistazo hacia la entrada, a la tenue luz de las farolas que atraviesa los cristales.