Seducción narrativa 101. Sobre «El método», de Neil Strauss
Leer best sellers tiene algo de curiosidad sociológica y narrativa, aunque nada de placer culpable: rara vez permiten conversaciones consistentes —ya que su público objetivo rumia, no interpreta, y los puristas consideran impropio trabajarlos— y, aunque haya quien lo considere absurdo, permite tomar el pulso de lo que está ocurriendo dentro del ámbito cultural mainstream. No existen libros que se fabriquen como éxitos de ventas desde la primera palabra. Existen libros que bien sea por su accesibilidad —lingüística, narrativa y de ideas— y espectacularidad —de trama, en exclusiva— o por su construcción virtuosa, dejando soterrado su complejidad haciendo una construcción sólo en apariencia sencilla, consiguen apelar al corazón de la mayoría, incluso de aquellos que no leen. Son maestros de la seducción.
¿Qué es un maestro de la seducción (MDLS)? Alguien capaz de hacerse valioso a corto plazo, de conseguir hacernos creer que es necesario para nosotros incluso cuando con el tiempo podemos llegar a descubrir que no poseía ninguna cualidad relevante por la cual deberíamos mantenerlo en nuestra vida. En ese corto plazo de tiempo logra lo que desea, haciéndose innecesario a largo plazo; no crea lazos, no se establece como una piedra en nuestra vida, sino como una constante pasajera basada en rasgos superficiales. Los best sellers son como Style, el pseudónimo como maestro de la seducción del escritor Neil Strauss: formas de seducción basados en seguir patrones simples, evitando una implicación emocional profunda en el proceso —lo cual requiere de una dedicación a largo plazo que no disponen, que se produce, con el tiempo, de forma recíproca — , interpelando a los afectos psicológicos más básicos de las personas. Se trata no de conocer las singularidades del otro, interpelar aquello que tiene de único, sino de comprender sus bases, explotar aquello que tiene de común con cualquier otra persona. O, en unos pocos casos, edificar una proximidad apelando a lo básico para descubrir con el tiempo lo que hay de singular en el otro.