cada persona es un microuniverso incognoscible
Todo cuanto ocurre en la dimensión de lo humano es relato. Como tal deberíamos entender entonces que todo lo que ocurre está mediado por inevitabilidad de un paradigma cultural ‑o mítico, si así se prefiere- que condiciona nuestra visión de los hechos reales. No existe la objetividad en el seno de la comunidad humana porque toda visión está condicionada por un suceso de proyección; todo hombre imprime parte de su pensamiento, de su subjetividad, en los sucesos que ocurren a su alrededor. De este modo, un mismo relato narrado por dos personas diferentes puede ser esencialmente igual pero tener profundas discrepancias entre ambas versiones. A partir de esta premisa deberíamos construir el pensamiento que desarrolla en la divertidísima a la par que profunda novela “Cuando Alice se subió a la mesa” de Jonatham Lethem.
En éste pseudo-triángulo amoroso podemos encontrar tres participantes a cada cual más necesitado del anterior: Ausencia, Alice Coombs y Philip Engstrand. Alrededor del agujero de gusano que se supone portal hacia alguna otra parte, Ausencia, se encuentran Alice y Philip que intentarán recomponer sus vidas a travesadas por la singularidad que supone; los personajes se mantienen a flote dejándose llevar por la inercia de sus deseos: Alice sólo tiene ojos para Ausencia, que siempre la rechaza, mientras Philip sólo tiene ojos para Alice que hace lo mismo a su vez con él. Para terminar de complicar las cosas harán aparición una continua caterva de secundarios, a cada cual menos secundario y más esquizotípico, para recomponer un universo en caos donde, en teoría, prima el orden: la faculta de física de una universidad americana.