Movimientos (totales) en el arte mínimo (XXXV)
DiE
BiS
2013
A veces el terror se oculta tras la máscara de la cotidianidad. No del andar solos en mitad de la noche por la ciudad o encontrarse envueltos en una situación de violencia que nosotros no hemos propiciado de modo alguno —que, aunque cotidianos, son hechos que se sustentan sobre su propia singularidad: ocurren en la esfera pública, allí donde no controlamos los acontecimientos — , sino de hechos mucho más prosaicos. Cuando sentimos que todo lo que creíamos saber de algo o alguien se desmorona. Esa sensación de que deberíamos hacer algo con nuestras vidas, pero que debido al miedo, a la confusión, al daño recibido, no descubrimos cómo cambiarlo o cómo tomar las riendas de la misma, incluso cuando cara al público no tenemos ningún motivo para quejarnos. El momento en que estar en casa nos hace sobresaltarnos con cada sonido o ruido producido temiendo el instante en que todo se venga abajo, cuando sentimos que somos marionetas del destino o de una tercera persona y carecemos de cualquier control sobre nuestra propia existencia, es cuando conocemos el auténtico terror: la angustia existencial.