Movimientos (totales) en el arte mínimo (XXXV)

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DiE
BiS
2013

A ve­ces el te­rror se ocul­ta tras la más­ca­ra de la co­ti­dia­ni­dad. No del an­dar so­los en mi­tad de la no­che por la ciu­dad o en­con­trar­se en­vuel­tos en una si­tua­ción de vio­len­cia que no­so­tros no he­mos pro­pi­cia­do de mo­do al­guno —que, aun­que co­ti­dia­nos, son he­chos que se sus­ten­tan so­bre su pro­pia sin­gu­la­ri­dad: ocu­rren en la es­fe­ra pú­bli­ca, allí don­de no con­tro­la­mos los acon­te­ci­mien­tos — , sino de he­chos mu­cho más pro­sai­cos. Cuando sen­ti­mos que to­do lo que creía­mos sa­ber de al­go o al­guien se des­mo­ro­na. Esa sen­sa­ción de que de­be­ría­mos ha­cer al­go con nues­tras vi­das, pe­ro que de­bi­do al mie­do, a la con­fu­sión, al da­ño re­ci­bi­do, no des­cu­bri­mos có­mo cam­biar­lo o có­mo to­mar las rien­das de la mis­ma, in­clu­so cuan­do ca­ra al pú­bli­co no te­ne­mos nin­gún mo­ti­vo pa­ra que­jar­nos. El mo­men­to en que es­tar en ca­sa nos ha­ce so­bre­sal­tar­nos con ca­da so­ni­do o rui­do pro­du­ci­do te­mien­do el ins­tan­te en que to­do se ven­ga aba­jo, cuan­do sen­ti­mos que so­mos ma­rio­ne­tas del des­tino o de una ter­ce­ra per­so­na y ca­re­ce­mos de cual­quier con­trol so­bre nues­tra pro­pia exis­ten­cia, es cuan­do co­no­ce­mos el au­tén­ti­co te­rror: la an­gus­tia existencial.

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Chicas des­nu­das, de ges­to tris­te, nos ob­ser­van en un ví­deo de es­té­ti­ca feís­ta, con una ilu­mi­na­ción de­fi­cien­te y bas­tan­te grano, mien­tras can­tan «ven y pre­gun­ta por las co­sas que es­tán su­ce­dien­do aquí». Esa es la pri­me­ra fra­se que oí­mos. Todas pa­re­cen en al­gu­na me­di­da he­ri­das, que o bien han es­ta­do llo­ran­do o bien ya se han ren­di­do; mu­ñe­cas ro­tas, be­lle­zas efí­me­ras: son ja­po­ne­sas, son can­tan­tes, son idols. Objetos de ado­ra­ción. Como to­do ob­je­to, las per­so­nas se creen que las po­seen, que pue­den ha­cer cual­quier co­sa con ellas, que es lo que es­tán de­nun­cian­do con su can­ción, DiE, es­te gru­po de idols, BiS. Lo ha­cen rom­pien­do el pac­to im­plí­ci­to idol/público, se­gún el cual ellas son tra­ta­das co­mo dio­sas, ado­ra­das en to­da fa­ce­ta de su exis­ten­cia, pe­ro a cam­bio per­te­ne­cen al pú­bli­co, ca­re­cien­do de una iden­ti­dad pro­pia más allá de su más­ca­ra: to­dos sus ac­tos, has­ta el más ni­mio, de­ben ir di­ri­gi­dos a ellos. A to­dos y ca­da uno de ellos en particular.

No ha­ce fal­ta su­frir al­gu­na cla­se de vio­len­cia fí­si­ca pa­ra sen­tir­se agre­di­da, abu­sa­da, vio­la­da. Su ob­je­ti­fi­ca­ción, su con­di­ción de ob­je­to, ya es un ac­to vio­len­to su­fi­cien­te. Productos ma­nu­fac­tu­ra­dos por una in­dus­tria que las so­bre­car­gan de tra­ba­jo in­ten­cio­nal­men­te pa­ra que no pue­dan te­ner vi­da per­so­nal, su úni­ca he­rra­mien­ta pa­ra vi­si­bi­li­zar su si­tua­ción es su mú­si­ca, su con­de­na­ción. Hacer de su yo su per­so­na, por­tar por más­ca­ra aque­llo que se ha­bía pro­me­ti­do ob­viar en re­la­ción con­trac­tual que tie­nen con sus ado­ra­do­res. Señalan que son se­res hu­ma­nos des­de su po­si­ción de ser con­ver­ti­das en ído­los, en cosas.

La can­ción no tu­vo bue­na re­cep­ción pú­bli­ca en el mo­men­to de su es­treno. Cuando al­guien a quien di­cen amar les pi­dió ayu­da, bue­na par­te de sus se­gui­do­res de­ci­die­ron dar­les la es­pal­da: se sen­tían trai­cio­na­dos, ata­ca­dos por­que in­si­nua­ran que abu­san de ellas, aun­que sea im­plí­ci­ta­men­te, al per­mi­tir que se per­pe­túen sus con­di­cio­nes de tra­ba­jo. Que sus agen­das es­tén tan apre­ta­das que su vi­da so­cial se re­sien­ta. Que ten­gan que es­tar siem­pre dis­po­ni­bles pa­ra ellos en per­so­na o re­des so­cia­les, quie­ran ellas o no. Que no pue­dan te­ner no­vio por con­tra­to. «No to­dos los hom­bres son así, no to­dos los se­gui­do­res de BiS son así» —di­rán al­gu­nos ofen­di­dos por in­si­nuar que su inac­ción, su fal­ta de re­pul­sa an­te el te­ma, per­pe­túa esos he­chos. Eso lo sa­ben ellas, eso lo sa­be­mos no­so­tros. Pero ellas, no só­lo BiS, to­das (y to­dos) las idols, lo sa­ben mien­tras la in­dus­tria del en­tre­te­ni­mien­to si­gue co­lo­cán­do­las en la po­si­ción de objetos.

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