Del crimen interesa la forma. Sobre «1280 almas» de Jim Thompson
El mayor problema de la literatura de género no es la sospecha que se sostiene contra ella en tanto menor, sino la facilidad con la que sus defensores le atribuyen características que amputan toda posibilidad de ser considerada de otro forma. Al esgrimir como atributos de valor lo que no pasan de ser aspectos propios de toda ficción —el escapismo, la diversión, la imaginación; como si el resto de la literatura, pretendiéndola elitista, naciera de una imposición vaciada de todo gozo — , lo único que consiguen es devaluar en toda medida la posibilidad de considerar que los géneros trabajan materiales nobles. No es, por tanto, que sean per sé géneros de un valor reducido como que, al defenderlos como tal, se impone esa visión de forma generalizada aunque sea, en último término, incierta.
Hablar de Jim Thompson es hablar de un escritor ya no de novela negra, que lo es —afirmar que trasciende la novela negra es algo a lo que, de entrada, renunciamos: todo es género, nadie trasciende el suyo hacia un hipotético parnaso de pureza, de literatura literaria—, sino de un maestro del uso de la construcción psicológica en el ámbito narrativo. Al acercarse a 1280 almas se comienza disfrutando no por paladear algo profundo o trascendente, sino por encontrarse con el uso generalizado de las herramientas de lo abrupto y lo tajante: el exabrupto y el taco, el enredo y el absurdo, son las propuestas básicas sobre las que cimiento toda lógica noir de un mundo donde, presuponiendo la existencia de cerebros, nadie sabría definir el término «honrado» sin necesidad de consultar al diccionario; en realidad, la mayoría ni siquiera se dignarían a mirarlo: se inventarían una definición adecuada, o lo que se les antojara tal, sobre la marcha. Si entre pillos anda el juego, tendríamos dos opciones: dejarnos llevar por el maremágnum de sordidez humorística hasta acabar demasiado enfangados en mierda como para reír sin ahogarnos, o intentar descubrir algo más profundo que el simple tratamiento de un guión de cine a espera de encontrar un director que le dote de personalidad. Como nada puede crecer sin interior, exploraremos la segunda enredada (sensualmente) en la primera.