Nunca el templo al dios desconocido queda vaciado de futuro
My Beautiful Dark Twisted Fantasy, de Kanye West
Aquello que se establece como una obra de culto no lo es por el capricho gratuito de una comunidad de gustos ajena al común de los mortales, sino porque contiene en su seno una transparente articidad que sólo es visible para aquellos que saben observarla. El culto se da hacia aquello que nos inspira un sentimiento atroz, que desgarra nuestra carne desde su propio interior. Desde esta perspectiva se puede comprender entonces que aquello que se establece de culto, que se da para el culto, es porque de hecho transciende su propia condición inmediata; cuando un fenómeno cultural o artístico se convierte de culto es porque contiene dentro de sí un espejo donde vernos reflejados de forma profunda.
¿Por qué entonces My Beautiful Dark Twisted Fantasy debería entenderse como una obra de culto en el paradigma de la cultura contemporánea? Porque Kanye West, negro sacerdote de la cultura pop, consigue con su trabajo un viaje sagrado que se proyecta como misa donde la sangre y la carne que se da al creyente devienen bilis y mudada carne del clérigo; esta es la crónica imposible de un ascenso mítico, una visión divergente del mundo bañada en los oscuros neones de la noche. Y es así no sólo porque estéticamente esté siempre a un paso del abismo —que sí, como se contempla en los cambios lisérgicos entre las palabras en neones y los actos en blanco y negro en All Of The Lights—, sino también porque esa postura no queda únicamente en la noción de lo estético, lo musical: el discurso que adopta a lo largo de todo su extravagante desarrollo siempre se sitúa como un reflejo de esa luminosa oscuridad que nos exige vislumbremos en la noche. He ahí la introducción del dios desconocido en nuestro parnaso.