Poética del suicidio. Sobre «Suicide Club» de Sion Sono
¿Cómo hablar de aquello que no se puede hablar, de la muerte, del suicidio sin motivo o de absurdo motivo? Hay quien nos diría que de lo que no se puede hablar es mejor callar, ya que no existiría ninguna verdad a través de la cual desvelar verdad alguna. Aunque no le falte razón, podríamos argüir una problema al respecto: presupone que nos satisface no saber. El hombre, como animal curioso antes que político, necesita conocer las razones específicas de su existencia, ¿qué sentido tiene la vida? —preguntó el primer hominido al vacío, y cuando descubre que no hay respuesta, pues el mundo calla, entonces se arroga en encontrar respuestas. No calla, sino que pregunta más; no calla, sino que crea el lenguaje.
La pasión de Sion Sono por los artefactos pop, con su trascendencia construida en su condición popular, hace de su narración algo antipático de penetrar si se espera una disposición exclusivamente pop: su condición poética vuela libre a lo largo de todo el relato. No ve distancia, ni icónica ni efectiva, entre la cultura de masas y la poesía. Aunque pueda parecer una impostura, su mérito es conseguir aunar ambos elementos como una masa común de trabajo sin distinciones ni frontera; lo poético, como lo pop, es trabajado en la misma bancada con diligencia equivalente: no se sobrepone ningún material sobre el otro por una autoridad impostada. La base del relato se sostiene bajo la constante de un grupo de idols (muy) menores de edad, un grupo de terroristas salidos de la mente de David Bowie y una disposición poética de aquello que ocurre de verdad tras los suicidios en masa; condición poética en tanto asume un contenido que desarrollar, pero lo dispone tras metáforas que explicitan su significado al ocultarlo.