Aunque se ha definido el punk de muy variados modos, el adjetivo que mejor lo caracterizaría jamás se utilizaría para defender las características de algunos de sus grupos fundacionales: «dulce» no parece la palabra adecuada para hablar del género. Dulce en un sentido no tan pegajoso como agrio, más próximo al vómito agridulce que a la felicidad chiclosa, por aquello que tiene de derrota ante una vida que ha aplastado todas sus expectativas. No future: para que no haya futuro, tuvo que haberlo alguna vez. Demuestran cierta bella animosidad, un instinto de felicidad subyugado que, sin embargo, aún se filtra a través de su deseo; su música es rápida, violenta y más rock que el rock mismo pero, a pesar de su violencia y actitud, en el fondo son chicos sensibles que sólo quieren ser amados. No es irónico, por más que suene forzado. El punk es la (pen)última música romántica —ya que la última sería, como ya sabemos, el black metal—, ya que recupera los grandes sentimientos como único motor legítimo de la vida, incluso cuando resulten dolorosos: amar o matar, horadar o reventar, odiar o derribar.
Hablar de The Damned como románticos parte de una lógica aplastante —la obsesión de Dave Vanian con la imaginería gótica, de orden romántico franco-anglosajón, no es ningún secreto— si trascendemos la idea del romanticismo como algo pegajoso y, por necesidad, extremo, para verlo en sus causas últimas: la exaltación ilimitada del sentimiento humano. Desde la primera canción que se nos presenta en Machine Gun Etiquette, la idiosincrática The Love Song, hasta la versión de Looking At You, de los MC5, todo el desarrollo que encontramos a lo largo del disco son las inquietudes sentimentales de un grupo de jóvenes cuya vida les supera. Aman por encima de sus posibilidades, aun sin ser correspondidos. Toda su rabia se define a través de la música, que resulta contundente por un exceso de bajos que remiten de forma constante hacia un post-punk aún en estado germinal, para expresar en sus letras sus necesidades existenciales —no sólo de orden amoroso, sino también de crecimiento personal— incluso cuando se les es arrebatada de facto su posible satisfacción.