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The Sky Was Pink

la mujer de rojo

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El fu­tu­ro de las le­tras tie­ne nom­bre fe­me­nino y es Yume de Sen Jin, que me ce­de es­te pe­que­ño pe­ro ge­nial re­la­to pa­ra dis­fru­te de to­dos los lec­to­res del blog. A su vez, Mikelodigas se des­mar­ca ha­cien­do una ilus­tra­ción per­fec­ta pa­ra en­mar­car es­te re­la­to. Podrán en­con­trar el tra­ba­jo de Yume en Divagaciones de una «fi­ló­lo­ga» zom­bie y el de Mikel en Buscando mi Lugar

La mu­jer de ro­jo me vi­si­ta des­de ha­ce unos me­ses. Siempre lle­ga el mis­mo día, si­len­cio­sa. Mamá me avi­só tiem­po atrás de su lle­ga­da, pe­ro yo man­te­nía la es­pe­ran­za de que nun­ca apa­re­cie­se. Mis pri­mas me ha­bían con­ta­do co­sas ho­rri­bles so­bre ella. Cuando le di­je a ma­má que no que­ría re­ci­bir­la me dio una bo­fe­ta­da y ase­gu­ró que de­bía com­por­tar­me co­mo una mu­jer, por­que es lo que su­ce­de: cuan­do ella te vi­si­ta, en­ton­ces eres una mujer.

Recuerdo su lle­ga­da. Era in­vierno, com­ple­ta­men­te de no­che. La no­té. Sentí un es­ca­lo­frío y me die­ron re­tor­ti­jo­nes en la tri­pa. Recé pa­ra que se fue­ra pe­ro no sir­vió. Ella lle­gó y tal co­mo lo hi­zo vol­vió a mar­char­se días des­pués, mu­da co­mo una estatua.

A par­tir de esa no­che con­ti­nua­ron sus vi­si­tas, tan ho­rri­bles, tan do­lo­ro­sas. La mu­jer de ro­jo me pro­vo­ca mu­cho do­lor. A ve­ces creo in­clu­so que no po­dré so­por­tar­lo y mo­ri­ré. Daría lo que fue­se pa­ra que vi­si­ta­ra a mi her­mano, en lu­gar de a mí. Ésta es una con­de­na que só­lo su­fri­mos las mu­je­res de la fa­mi­lia. Mamá di­ce que te­ne­mos que man­te­ner la tra­di­ción, y que ne­gán­do­me a ello, lo úni­co que ha­go es deshonrarla.

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