Estilo, virtuosismo, sencillez. Sobre «Isolation» de Nothing’s Carved in Stone
Si existe una carta de presentación válida para el artista, o para cualquiera que defina su campo de acción dentro de la lógica del arte —desde el mago hasta el filósofo, pasando por el más abstracto papel del crítico — , es hacer de su primera obra un mecanismo capaz de ir más allá de lo que cualquier persona pueda reconocer, al menos hasta el momento, como posible en su disciplina. Sólo esgrimiendo un estilo propio, depurado ad nauseam en forma y ritmo con ecos que trasciendan la visible mano del maestro, se puede alcanzar una dimensión propicia a través de la cual construir un repertorio a interpretar a la medida del propio espíritu perpetrado en el proceso —haciendo no sólo de la forma una belleza intrínseca por sí misma, sino ineludible del fondo que pretende transmitir — ; la técnica perfecta, aplicada con la precisión de un reloj, no significa nada si lo que se nos presenta no pasa de ser el enésimo clon de algún otro maestro artesano o la copia descarada de endebles estructuras que no funcionaban siquiera en origen. La mejor carta de presentación para un artista es arrogarse en lo obvio, en cuestionar la presencia inmóvil del mundo, en no aparecer como un fanático.
Si hablamos de un grupo como los japoneses Nothing’s Carved In Stone, nacido de las cenizas de dos grandes como Ellegarden y The Hiatus y por maestros sólo ellos mismos, resulta natural que toda su acción se dirigiera hacia encarar una postura común que no conllevara el riesgo de un cambio excesivo en las formas comunes de sus anteriores grupos; cualquier giro brusco podría haber decepcionado a sus fans, a lo que se esperaba de ellos, haciéndoles caer lejos del statu quo que la industria o el público pudieran tolerar. La realidad, es bien otra: su debut, Isolation, fue un giro radical de forma y personalidad en lo que respecta a su labor como músicos.