En el conflicto crecemos como individuos. Sobre «Gigantomakhia» de Kentaro Miura
Entre la guerra y la venganza existe una distancia infinita, incluso si consideramos que ambas suelen recurrir a lo sentimental para justificar sus actos. En la guerra existen reglas, condiciones consideradas inviolables a través de las cuales se gana o se pierde; además, no supone necesariamente el exterminio del otro, sino el llevar todo el aparataje de una nación —bélico, político y económico; en resumen, todos sus recursos materiales y humanos— al contexto de un escenario lúdico absoluto. La guerra es convertir la vida cotidiana en un juego extremo. La venganza es otra cosa. En la venganza existe una condición emocional, la necesidad de curar una herida infringida al ego a través del sufrimiento ajeno, que nos aleja necesariamente del juego: herir al otro, matarlo, destruirlo incluso a nuestra propia costa, es la única condición necesaria de la venganza. Y aunque si bien en ocasiones la guerra puede convertirse en venganza, ninguna nación en su totalidad se puede sentir herida en su ego como para desear la completa exterminación de algún otro.