El deseo estancado es la desnudez que se cubre con la inconsciencia de estarlo
Shame, de Steve McQueen
Cuando hablamos del deseo, y especialmente cuando éste se conforma en las diferentes disposiciones con respecto del sexo en particular, se tiende a magnificar el problema hasta acabar en un constante reductio ad absurdum en tanto cualquier argumento que no se posicione al respecto de las posiciones absolutas ‑ya sea en favor o en contra de toda disposición sexual- acaba tocando puntos que se pueden considerar como contradictorios. Es por ello que la problemática del sexo, y del deseo por extensión, acaba sepultando todo debate polarizando toda opinión en los dos puntos absolutos: el sexo será o siempre bueno o siempre malo, o no será en absoluto. Este absurdo, comprensible en un seguidor férreo de formas de pensamiento inmovilistas, resulta poco comprensible en aquellos a los cuales se les supone que en su emancipación sexual pueden comprender que no toda conformación sexual es positiva. Por ello es común encontrarnos con que el seguidor medio de Houellebecq se encuentra en la posición de creer en tres cosas como si fueran su santa Biblia: el sexo es positivo en sí mismo, cualquier elección sexual consentida sólo puede originar placer y cualquier ataque hacia los dos prefectos anteriores es necesariamente moralista. Por desgracia para ellos, las cosas no son así de fáciles.
Brandon es un treintañero de éxito, con un buen trabajo y un apartamento bien posicionado en la ciudad que, además, puede sentirse satisfecho al tener una vida sexual activa; activa como para colapsar el ordenador de su oficina de pornografía de categorías ignotas o que su definición de relación estable sea estar con una misma mujer cuatro meses. Este comportamiento arquetípico en el macho alfa de la manda de la sociedad made in testosterona, que no deja de ser el sueño húmedo del post-adolescente medio, no se nos presenta en la película como la de un triunfador que caza indómito para un placer que va más allá de toda (in)comprensión de las mujeres ‑con la clásica misoginia que ello implica: la mujer vale para el sexo, pero el hombre es quien manda- sino como su perfecto contrario, ya que a lo largo de toda la película se nos es presentado como un auténtico perdedor. Y esto es inaceptable para los pro-sexo que tachan a la película, equivocadamente, de moralista; de nuevo, las cosas no son así de fáciles.