sólo se puede malvivir en la ausencia de amigos
Vivir es aburrido. Los barrios son clónicos y mientras las cosas divertidas van desapareciendo la mierda, todo aquello que nunca te ha gustado, permanece ahí constante. Esta percepción común en todo ser humano, el ver lo negativo muy por encima de lo positivo, también conlleva en último término una necesidad flagrante, la risa como catalizador de todo aquello que va mal. Y sabe Sevilla que nadie lo sabe explicar mejor que los chicos de Malviviendo.
Aquí nos encontramos las historias de el Negro, el Zurdo, el Kaki y el Postilla, cuatro amigos del barrio suburbial ficticio de «Los Banderilleros» en Sevilla. Allí se suceden sus diferentes historias donde lo que ocurre en la vida de unos repercutirá en la de los otros mientras intentan malvivir un día más entre sus fardos de marihuana. Con unas historias sencillas, muy basadas en juegos de humor tosco, van desarrollando especialmente parodias de películas o series en cada uno de los capítulos. Así cada comienzo de capítulo hacen una parodia del opening de una serie de televisión diferente ante la cual esté inspirado en el capítulo en sí. Y es precisamente ahí, en la acumulación absurda de parodias, donde se encuentra su genialidad. Lo que en principio no sería más que una burda copia de Snatch: Cerdos y diamantes acaba por situarse como una surrealista vendetta desarrollada a través de las apuestas de un combate de bofetadas. La perversión de todos los códigos sociales normalizados ‑pasando desde la absoluta amoralidad de los personajes hasta la definición perversa de los actos deportivos o de venganza del barrio- es lo que hace de Los Banderilleros un barrio hipertrofiado de calamidad; un auténtico reflejo esperpéntico de lo que es España ahora.