Categoría: Lo mejor del año

  • En el silencio encontramos las respuestas. Lista (de listas) del 2018

    En el silencio encontramos las respuestas. Lista (de listas) del 2018

    Todo es­tá bien. El in­cen­dió es­tá con­tro­la­do. El mun­do si­gue. No sa­be­mos du­ran­te cuán­to tiem­po ni en qué cir­cuns­tan­cias, pe­ro no pa­re­ce que to­do se va­ya a aca­bar ma­ña­na. En el ho­ri­zon­te hay co­sas por las que le­van­tar­se por las ma­ña­nas. Y si bien la ca­tás­tro­fe con­ti­núa, has­ta en tiem­pos de in­cen­dios hay si­tio pa­ra un buen ca­fé (si eres el di­bu­jo de un perro).

    2018 ha si­do un año fe­nó­me­nos cul­tu­ra­les dis­per­sos. No ha ha­bi­do nin­gún ele­men­to cla­ra­men­te do­mi­nan­te, mo­vién­do­se to­do en­tre ni­chos, don­de los ca­ta­clis­mos eran tre­men­dos, pe­ro li­mi­ta­dos a su en­torno. Cosa que se de­ja en­tre­ver en las po­cas re­pe­ti­cio­nes que po­de­mos en­con­trar en es­ta lis­ta. Algunos gui­ños, al­gu­na ten­den­cia que se re­pi­te de for­ma in­dis­cu­ti­ble, pe­ro el grue­so una di­ver­si­dad que ha­cía ya bas­tan­tes años que no veía­mos. Y eso siem­pre es mo­ti­vo de alegría.

    Por eso, mien­tras la ha­bi­ta­ción ar­de, to­do es­tá bien. Porque se­gui­mos reu­nién­do­nos, en­con­tran­do co­sas de las que ha­blar y nun­ca lle­gan­do a un con­sen­so cla­ro. Porque la ha­bi­ta­ción es­tá en lla­mas, pe­ro to­do es­tá bien.

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  • Who knows. Mis libros favoritos de 2017

    Who knows. Mis libros favoritos de 2017

    Intentar re­su­mir la pro­duc­ción li­te­ra­tu­ra de un año es ob­je­ti­vo pa­ra to­da una vi­da. Literalmente. Podríamos ele­gir un año alea­to­ria­men­te y leer úni­ca ex­clu­si­va­men­te aque­llos li­bros que se pu­bli­ca­ron por pri­me­ra vez en ese año y, an­tes de mo­rir­nos, no ha­bría­mos leí­do ni un 10% de lo que nos ha­bía­mos pro­pues­to. Si ade­más su­má­ra­mos re-ediciones, clá­si­cos y tra­duc­cio­nes, en­ton­ces la ci­fra se vol­ve­ría dra­má­ti­ca­men­te me­nor. Es de­cir, pa­ra cri­bar con ob­je­ti­vi­dad, es me­jor acu­dir a la es­ta­dís­ti­ca o a la historia.

    Aunque sue­ne ex­tra­ño, eso re­sul­ta re­con­for­tan­te. Nos qui­ta res­pon­sa­bi­li­da­des. De ahí que, en es­ta lis­ta, más que la lis­ta ob­je­ti­va de me­jo­res li­bros apa­re­ci­dos en 2017, hay un mon­tón de pe­que­ños tram­pas, ata­jos y una mi­ra­da al in­te­rior de mi ca­be­za ca­si más que ha­cia el es­ta­do de la ac­tual in­dus­tria edi­to­rial. O el pár­na­so literario.

    Pero es­tá bien que sea así. Para de­ci­dir lo de­más, qué es his­tó­ri­co o ab­so­lu­to o im­pres­cin­di­ble, ya te­ne­mos he­rra­mien­tas in­exac­tas y un juez se­ve­ro. A par­tir de ahí, ¿por qué no in­ten­tar dis­fru­tar del resto?

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  • GoGo Myself. Mis películas favoritas de 2017

    GoGo Myself. Mis películas favoritas de 2017

    A las lis­tas siem­pre las con­du­ce un cier­to ges­to nar­ci­sis­ta. En ese in­ten­to de con­tro­lar aque­llo que he­mos vis­to, leí­do o es­cu­cha­do, aque­llo que he­mos vi­vi­do, exis­te el in­te­rés de dar­le un sig­ni­fi­ca­do. De in­ten­tar ver­nos re­fle­ja­do en ello. Y aun­que pue­da so­nar ho­rri­ble­men­te mal, en reali­dad es al­go po­si­ti­vo: nos ayu­da a sa­ber quie­nes so­mos, pe­ro tam­bién ayu­da a los de­más a co­no­cer un po­co más de nosotros.

    ¿Es esa la ra­zón por la que ha­go una lis­ta de mis pe­lí­cu­las fa­vo­ri­tas de 2017 aun cuan­do es­tá ahí la lis­ta de lis­tas o que ni si­quie­ra he po­di­do ver to­das las pe­lí­cu­las que de­sea­ría? Es po­si­ble. Pero sea por nar­ci­sis­mo, ob­se­sión por el con­trol o auto-conocimiento —si es que, fi­nal­men­te, exis­te di­fe­ren­cia al­gu­na en­tre las tres co­sas— no im­por­ta tan­to la ra­zón co­mo el he­cho de que otros han mos­tra­do in­te­rés en sa­ber cuál es mi top 10 de pe­lí­cu­las fa­vo­ri­tas de 2017 .

    Y cuan­do se tra­ta de los de­más, siem­pre es ad­mi­si­ble un pe­que­ño ges­to de narcisismo.

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  • Ni cielo ni infierno en el mundo bajo los cielos. Lista (de listas) del 2017

    Ni cielo ni infierno en el mundo bajo los cielos. Lista (de listas) del 2017

    Vivir en el in­fierno tie­ne el pro­ble­ma de ha­cer im­po­si­ble ver más allá de có­mo evi­tar el do­lor, vi­vir en el cie­lo tie­ne el pro­ble­ma de ha­cer im­po­si­ble ver más allá de có­mo en­tre­gar­se al pla­cer. Tal vez por eso so­mos hu­ma­nos. Porque ha­bi­ta­mos el mun­do. Porque exis­ten mo­men­tos trá­gi­cos, pe­que­ñas ale­grías, gran­des de­cep­cio­nes y enor­mes sor­pre­sas. No exis­te na­da uní­vo­co. Incluso lo que pa­re­cía se­gu­ro to­da­vía pue­de sor­pren­der­nos; has­ta aque­llo que se mos­tra­ba co­mo in­fle­xi­ble pue­de rom­per­se pa­ra ge­ne­rar re­sul­ta­dos insospechados.

    Con to­do, el 2017 ha pa­re­ci­do un spin-off más bien ra­ro del 2016. Se nos han muer­to po­cos hé­roes, pe­ro mu­chos se han des­cu­bier­to co­mo mons­truos. Donald Trump (y tan­tos otros que nos caen más cer­ca) sigue(n) en el po­der, pe­ro no pa­re­ce que nos ha­ya­mos acos­tum­bra­do. Continúa la pe­sa­di­lla, pe­ro la pe­sa­di­lla ha cam­bia­do. Porque has­ta la par­te que tie­ne de sue­ño, ha si­do muy di­fe­ren­te: ha si­do un gran año pa­ra el vi­deo­jue­go, el ci­ne y la mú­si­ca. Parece que ha si­do al­go más ti­bio pa­ra la li­te­ra­tu­ra y la te­le­vi­sión. Es de­cir, to­do si­gue igual, pe­ro to­do es dis­tin­to. Hay cam­bios. No nos acos­tum­bra­mos y po­de­mos atis­bar la po­si­bi­li­dad de un cam­bio. Incluso si no sa­be­mos dón­de co­men­za­rá. O cómo.

    No nos ex­ten­da­mos más. Si vi­vi­mos en el mun­do, no en el cie­lo ni en el in­fierno, lo su­yo es que ha­blen quie­nes lo ha­bi­tan. Y de ahí la lis­ta: pa­ra co­ger el pul­so a lo que siem­pre se nos es­ca­pa una vez creía­mos ha­ber­lo com­pren­di­do. Porque eso es el mun­do. Un lu­gar ex­tra­ño y hos­til don­de, si pue­des so­bre­po­ner­te al ries­go, hay un mon­tón de for­mas de divertirse.

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  • Perdidos en un tiempo de otro mundo. Lista (de listas) del 2016

    Perdidos en un tiempo de otro mundo. Lista (de listas) del 2016

    Predecir tie­ne el en­can­to del equí­vo­co. Quien pre­di­ce creer te­ner cier­ta cer­te­za so­bre lo que ocu­rri­rá, ¿pe­ro quién pue­de sa­ber qué nos de­pa­ra­rá el ma­ña­na? Todos nues­tros pla­nes pue­den no ser­vir pa­ra na­da. Todo pue­de sa­lir del peor mo­do ima­gi­na­ble. Pero, con to­do, es im­po­si­ble vi­vir al día. Hay que ha­cer pla­nes. Hay que fa­bu­lar so­bre el fu­tu­ro. Es ne­ce­sa­rio vi­vir co­mo si, de he­cho, el fu­tu­ro fue­ra a alcanzarnos.

    Porque aquí es­ta­mos. En el fu­tu­ro. Y si el año pa­sa­do de­cía­mos que fue un año ra­ro, de tran­si­ción, hoy ca­be ha­blar del año que de­ja­mos atrás co­mo uno de te­rror e in­cer­ti­dum­bre. El prin­ci­pio del rag­na­rök. Donald Trump nos sa­lu­da des­de la ata­la­ya alt right, eu­fe­mis­mo pa­ra de­no­mi­nar al reac­cio­na­rio de to­da la vi­da, mien­tras a los hu­mo­ris­tas se les con­ge­la la son­ri­sa iró­ni­ca. Porque tal vez David Foster Wallace te­nía ra­zón. Tal vez el úni­co mo­do de com­ba­tir lo que ya no es­tá por ve­nir, sino que lo te­ne­mos ya en ca­sa, sea la sin­ce­ri­dad. Pero no sin­ce­ri­dad co­mo si­nó­ni­mo de de­cir la ver­dad, sino de mos­trar­se abier­to y em­pa­tí­co. Ser ca­paz de es­cu­char al otro e in­ten­tar en­ten­der por­qué pien­sa co­mo pien­sa. Porqué ha­ce lo que ha­ce. Incluso si sus ac­tos nos re­sul­tan re­pug­nan­tes. Incluso si, co­mo en el ca­so de Donald Trump, más que un ser hu­mano lo que pa­re­ce es una ma­la pa­ro­dia de to­do lo que es­tá mal en es­te mundo.

    Se nos mue­ren los hé­roes. Nos go­bier­nan mons­truos. Pero el ar­te in­sis­te en vi­vir en al­gún pun­to en­tre el op­ti­mis­mo com­ba­ti­vo y la ne­ce­si­dad de ar­ti­cu­lar len­gua­jes que nos ha­gan com­pren­der la reali­dad de otro mo­do di­fe­ren­te. Y no ha­bla­mos só­lo de Pokémon Go!. Pero to­do eso es lo que nos cuen­tan los co­la­bo­ra­do­res y ami­gos de es­te blog. Cada uno con tres ar­te­fac­tos, ca­da uno tram­pean­do más o me­nos las re­glas es­ta­ble­ci­das —¡y ben­di­tos sean por ha­cer­lo! — , han des­gra­na­do to­do lo que ha si­do el pa­sa­do que una vez fue fu­tu­ro en es­te pre­sen­te per­pe­tuo que son nues­tras vi­das. Porque al fi­nal lo úni­co que cuen­ta es la gen­te de la que nos ro­dea­mos. De si po­de­mos con­tar con los de­más cuan­do el fu­tu­ro no lle­gue del mo­do que es­pe­rá­ba­mos. Y, si esa es la cla­ve pa­ra la vi­da, en­ton­ces tal vez es­ta lis­ta du­ra­rá al me­nos otros sie­te años más.

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