A través del espejo, de Lewis Carroll
Llegados éste momento parece necesario aclarar una duda que hemos estado arrastrando de una forma intermitente, quizás incluso de forma innecesaria, a lo largo de todo el trayecto, ¿de qué hablamos cuando hablamos de sentido? El sentido es una cualidad de los elementos consistente en mantener la coherencia mínima necesaria para que un discurso sea inteligible. Con esto queremos decir que el sentido es algo que consiste, simple y llanamente, en una cualidad a través de la cual las cosas se pueden entender en sí mismas sin resultar, en ningún momento, incoherentes o absurdas en el contexto discursivo que esgrimen en común el emisor y el receptor del discurso. Es por ello que podríamos entender que si ahora me dispusiera a hablar en francés cuando he estado hablando constantemente para un emisor de habla hispana il ne comprend pas mon message, igual que si dijera en un contexto matemático que 2+2=5 sería perfectamente coherente que alguien me dijera que estoy completamente equivocado ‑no así si estoy hablando de música indie, en cuyo caso estaría aludiendo a una canción de Radiohead y, por extensión, mi coherencia permanecería perfectamente intacta.
Ahora bien, el contexto discursivo es algo lo suficientemente flexible como para que sea extremadamente complejo poder delimitar de una forma absoluta cuando algo tiene, o no, sentido. Si yo me dirigiera a un matemático afirmando de forma rotunda que 2+2=5 sin comunicarle en que contexto discursivo me estoy dirigiendo a su persona entonces él afirmaría, seguramente tratando de loco o de analfabeto no sin razón, que 2+2 es y debe ser 4. Ahora bien, si le informo de que cuando digo que 2+2=5 estoy hablando de una canción y no de una operación matemática, si le informo de que estoy en un contexto musical y no matemático, entonces podríamos hablar normalmente al respecto de la canción sin haber ahí un ruido informacional que impidiera toda posible comunicación; una realidad conformada por exactamente los mismos elementos en el mismo orden pueden significar cosas diferentes en dos contextos discursivos ‑o, por extensión, de cualquier otra clase- diferentes. Para ver esto mejor, acudiremos al clásico ejemplo del no menos clásico huevo Humpty Dumpty: